El parqué
Álvaro Romero
Jornada de subidas
Llegar a la plaza Benavente supone toparse con la frustración de lo que podría ser y no es. Resulta difícil encontrar en Jerez mayor acumulación de valiosa arquitectura en menos metros cuadrados. Dos de sus cuatro lados quedan ocupados por potentes fachadas. La neoclásica del Palacio de Camporreal oculta un interior que ha mantenido su dignidad gracias a unos dueños que han podido y querido vivir allí. En otro lateral, la manierista de la antigua casa de los Núñez Dávila. Podría ser uno de los rincones más deseados y fotografiados de la ciudad, si no fuera por la degradación de este último edificio. Sólo la grandeza de sus formas nos hace abstraernos por un instante del declive. Un alto muro de cantería y en el centro la monumental portada, de líneas muy austeras. Sobre el dintel de la puerta, el escudo de los Dávila. A cada lado, dos columnas corintias, que sostienen el entablamento en el que se apoya un balcón de enorme anchura. El enmarque del vano que se abre aquí, a eje con la entrada inferior, concentra toda la decoración figurativa. Dos ventanas con rejería de la época y un balcón esquinado de cuidada traza oblicua completan el conjunto.
Ya Hipólito Sancho la fechaba a finales del siglo XVI. Recientemente, junto a Antonio Romero, he documentado la participación del escultor Hernando Lamberto en la ornamentación de la que fuera morada de Bartolomé Núñez Dávila, apareciendo distintos pagos pendientes por la obra de la vivienda en unas cuentas redactadas en 1590, tras la muerte de su dueño.
En el XIX la familia deja la casa, convirtiéndose en 1882 en la primera sede de la Escuela de San José. Mucho después, una rehabilitación de dudoso acierto para viviendas sociales, el abandono a su suerte por parte de las administraciones y unos vecinos obligados a vivir en un lugar que ni pueden ni quieren comprender.
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