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Comenzó la Cuaresma. Los cuarenta días que servirán de antesala a la Semana Santa antes de que llegue la de Pascua y, tras ella, un Pentecostés de perfiles rocieros. En nuestra tierra, a qué negarlo, parece que hagamos la más severa penitencia antes de que nos lleguen las grandes fiestas del fin de la primavera, las ferias y El Rocío. Es como si quisiéramos purgar nuestras culpas futuras, como si de repente encogiésemos el alma para, acto seguido, expandirla a golpe de palmas, taconeos, pitos y tamboriles. Pero es así, Andalucía vive y disfruta de extremo a extremo. Se mete para sus adentros y llora por tradiciones de siglos hechas sotana y cirio, para acto seguido expandirla a niveles nada místicos y mucho más mundanos. Alguien debería etiquetar a Andalucía como la tierra que en primavera se convierte en la capital de los sentimientos. Y es que, hay que reconocerlo, todo lo que nos viene de aquí a nada es eso: puro sentimiento. Entendido a nuestra manera.
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