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Ala apertura del nuevo curso político que será convulso, sobresale una preocupación que va a traer de cabeza a muchas familias españolas: el deterioro económico. Como epidemia silenciosa, enfermedad que se come el cuerpo social de manera inadvertida -a pesar de la propaganda de quien cree que vamos como un cohete-, nos encontramos con esta realidad terrible: los precios siguen subiendo, dicen que se contiene la inflación, pero la agregada revela que los precios subieron casi un 20% en tres años; la deuda nacional aumenta dramáticamente lastrando nuestras posibilidades de financiación y la productividad lejos de aumentar, cae.
Salarios bajos, trabajos de poco valor añadido para el que cuesta encontrar candidatos, declive del sector industrial y posicionamiento lamentable en sectores tecnológicos. El talento formado aquí, se va. Nuestro PIB es el mismo que el de hace un cuarto de siglo y empiezan a superarnos países que sobre el tablero estaban muy atrasados respecto de España. Más familias en riesgo de exclusión, pobreza infantil en aumento, a pesar de la subida del SMI y el mínimo vital.
Lo peor de todo es que no se vislumbra en el panorama político ningún programa que ataque de verdad esta cruel realidad que va a deteriorar aún más nuestro tejido social.
Las recetas económicas del Gobierno y sus socios, así como la oposición -aunque esta sea más ortodoxa- no abordan las cuestiones fundamentales: el control del gasto, la disminución de la deuda, la tecnologización de nuestro sector productivo para compensar el de bajo valor, la seguridad jurídica de la propiedad, la excesiva regulación legal que impide al emprendedor crear riqueza y una administración lenta excepto en su vertiente recaudatoria.
Están más ocupados en lo identitario, cultural y el mantenimiento de posiciones de poder. Triste, muy triste.
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