Felipe Ortuno M.

Contrariedad, lucha y esperanza

Desde la espadaña

24 de julio 2024 - 03:04

Quien más o quien menos ha experimentado un terremoto emocional, un tsunami en el océano de la vida. Aunque aspiramos a vivir serenos y tranquilos, la vida tiene vaivenes de distinta intensidad. No hay paz sino después de una guerra, después de sortear oleajes en la travesía y tormentas de mucha severidad. Ahí nos hemos tenido que forjar, a nuestro pesar, en las contradicciones de la noche y bajo el desasosiego del insomnio por ‘un vete a saber qué’. La experiencia de lucha nos forja, acrisola el fuego y curte la intemperie. Es el método de aprendizaje y maduración, por más que aspiremos a vivir reclinados en las templadas aguas de los nenúfares.

La vida se negocia en el cisco y no en la paz lánguida y tediosa de la acedia. Todo son dificultades que hemos de convertir en incentivos, en motivaciones que nos hagan salir del bostezo existencial que proviene de no encontrarle sentido a nada. Sentido y lucha van de la mano, serpentean por el mismo sendero hacia la cumbre. Horizonte y camino, esperanza forjada en el paso pulverulento del presente.

Por eso estoy convencido de la importancia que tienen las dificultades; distinto será que les demos la vuelta para que se muten en maestras de vida y estímulos para merecerla. La vida no viene hecha y hay que modelarla, como la alfarería, con nuestras manos ¿Qué hacemos con ella? No hay fórmulas que solucionen nada ni patrones de costura que hagan un traje a la medida; pero sí modelos que ayudan a relacionarnos con ella, sí modos de percibirla y afrontarla, maneras de seguir adelante y crecer o flotar a pesar del peso plúmbeo que tensiona hacia abajo, a pesar de la gravedad que tanto hiere y hace aterrizar los sueños. No es echarse a flotar sobre las aguas y que te lleven; es nadar, hacerlo contracorriente y agarrarse al último junco que te salva de la caída en el precipicio.

Cada dificultad trae una oportunidad para seguir viviendo, un asidero para levantarte de la postración. Los problemas no son de los otros, los balones no se echan fuera y el juego es tan tuyo como mío. No vale la política del avestruz, de nada sirve esconder la cabeza. Hay que pelear con el yo, cambiar el yo y afrontar el uno mismo sin quitar la responsabilidad que corresponde. Por muy fuertes que azoten los vientos, siempre refrescan.

Ciertamente vivimos entre oleajes tempestuosos que conmueven los cimientos de toda la civilización. Nadie sabe hacia dónde nos llevará la tormenta. Cabe, entre tanto, la capacidad adaptativa; que no necesariamente es contemporizar con lo que viene. Aunque ya percibimos las señales de por dónde van las olas ¡Cuidado! Se puede prevenir antes de curar, comenzar la lucha reconstructora antes de que perdamos el sentido. El terremoto cultural al que estamos asistiendo ha roto placas tectónicas, la tierra firme de las convicciones se ha vuelto duna movible, fe movible, familia movible, home autocaravana y globalismo inconsistente.

Nada de lo que hubo estable queda asegurado y los anclajes existenciales se los ha llevado el viento ¿Qué hacer? En una situación así ¿Cuál es el contenido de la esperanza? Hemos de tener calma, sin duda, pero no estancamiento. Hemos de buscar la paz, pero no por muerte, no por la falsa paz del cementerio, desde luego no por pasividad. Más que nunca se nos pide una vida llena y vibrante, de lucha ante las contradicciones que quieren vencernos en el amodorramiento de la satisfacción primaria. Está en peligro la libertad del ser humano por culpa de las facilidades opiáceas que se nos brinda para todo. Se ha hecho una generación de cristal, frágil y fácilmente manipulable.

Ya lo estamos viendo. Todo se ha vuelto sensible, rompible y manejable ¿Quién es capaz de superar la frustración, el dolor y la contrariedad? ¿Quién tiene lo que hay que tener para no dejarse aprisionar por las cadenas ideológicas con las que nos están envolviendo? Nos cambian la memoria, truncan la libertad, encauzan lo que debemos decir o creer e imponen impuestos como si fuéremos esclavos (que lo somos) del supra gobierno estatal. Y aquí no se mueve ni el tato. Todos estancados en la falsa calma de una paz ilusoria y distópica a todas luces.

Así estamos, capados en la esperanza y alimentados con el pienso compuesto con que se alimenta al ganado de engorde. “Las expectativas de supervivencia de la raza humana eran mejores cuando no sabíamos defendernos de los tigres que ahora, que no sabemos defendernos de nosotros mismos” (Arnold Toynbee, historiador) La seguridad que nos ofrece el actual derrape de la historia no es sino un espejismo del desierto. Nuestra vida está bajo control y sólo nos ofrece seguridad el mismo que nos la quita ¿Estamos tontos? ¿Cuánto tiempo duró tu último refugio? No tengamos miedo a perderla porque la seguridad y la fortaleza es un estado vital y metal que no depende de las supra estructuras de poder ¿Miedo a qué? ¿A perder lo que se compra y se vende, a lo que corroe la polilla? Miedo más bien a perder la dignidad conculcada o la posibilidad de luchar por una libertad cada vez más constreñida y estrechada. Entre el riesgo de la esperanza y el camino a seguir se han instalado gestores de muy distinto jaez, esa especie de ideólogos pseudodivinos que usurpan la voluntad de Dios ¡Idolillos porculeros! Y a esa contrariedad, sí que no.

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