El parqué
Jaime Sicilia
Siguen las caídas
La carta de Errejón en la que explica los motivos de su abandono de la vida política y la renuncia obligada a todos sus cargos, no pasará a los manuales de teoría política -porque el personaje no lo merece- pero debería. Si por mí fuera, lo incluiría en los programas de las facultades de ciencias políticas como trabajo práctico obligatorio: la tesis mejor expresada del cinismo político en dos cuartillas.
Este tipo junto con toda la tribu que lo acompaña nos ha estado recetando con una irritante superioridad moral, lecciones de feminismo y de lucha contra el heteropatriarcado, casposo y de derechas, por supuesto; nos ha hecho tragar -junto con alguna de las feministas que sabiendo lo que había, callaron-, una ley que hizo desaparecer los matices entre los abusos y las agresiones sexuales, reduciendo la horquilla de las penas de los delitos más graves y elevando la de los más leves. Con el actual Código Penal podría comerse hasta cuatro años de cárcel; una exageración. El justiciero ajusticiado.
Lo que más enfadado tiene a muchos es que intente tomarnos por idiotas, que nos quiera colar que ha llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona y se excuse en que la culpa es de una forma de vida neoliberal y no la de un abusón que no controla su libido; a lo mejor es Adam Smith o Hayek los que tienen la culpa de que no se domine e intente meterse en la cama en la que no es bienvenido.
Lo más triste es que una gran parte de sus conmilitones siguen ávidos por comprar el discurso y sigan pensando- como ha dicho alguna ilustre pensadora de saldo- que esas actitudes son comunes a todo el género masculino y que la mujer está hoy mejor defendida porque todos los hombres son sospechosos. Errejón ya es historia, pero el mal que inoculan los de su cuadrilla se sigue extendiendo. Y no piensan parar.
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