A rienda suelta
Francisco Reinoso
Putativo
Cuchillo sin filo
Pongo los dos libros junto al ordenador, como si sus autores estuvieran charlando entre ellos. Uno se titula Patty Diphusa y otros textos (Anagrama) y en la portada aparece su autor, Pedro Almodóvar (Calzada de Calatrava, Ciudad Real, 1949), vestido de torero con un puro en los labios a lo Morante de la Puebla. El otro es Diario de un cura rural (Ediciones Encuentro), de Georges Bernanos (1888-1948). El cineasta manchego nace un año después de que muriera el novelista francés. Una palabra se repite en los dos libros: Vocación.
"¿Cómo descubrir que tienes vocación?", se pregunta Almodóvar en el último capítulo de su libro, titulado Consejo para llegar a ser un cineasta de fama internacional. "Pagamos cara, muy cara, la dignidad sobrehumana de nuestra vocación", escribe Bernanos en su novela. "¡Está siempre tan cerca lo ridículo de lo sublime! Y el mundo, tan indulgente de ordinario con los ridículos, odia el nuestro instintivamente".
Vuelvo a colocar cada volumen en su lugar. Pedro Almodóvar acaba de publicar un libro de relatos, El último sueño. En el suplemento cultural de un diario de tirada nacional le hacían una entrevista a doble página en la que decía literalmente que "los curas me hicieron ateo". Con mucha más gracia, algo parecido decía Luis Buñuel en sus Memorias, en las que se consideraba "ateo por la gracia de Dios".
Mi abuela Carmen era de Calzada de Calatrava, me la imagino oyendo misa en la misma parroquia que la madre del cineasta, su musa, su refugio. Almodóvar no ha dicho ninguna blasfemia. El cura de mi parroquia dijo en su homilía que igual los curas tienen mucha culpa de que las iglesias se estén quedando vacías. "El tedio lo devora todo ante nuestra vista y nos sentimos incapaces de hacer nada", escribía Bernanos.
Los curas hicieron ateo a Pedro Almodóvar. Y bien que les atiza. Aprovecha su omnímodo predicamento mediático para ajustar cuentas. Lo hizo en una película, La buena educación, y lo hace ahora en este libro. Pero sólo conocemos su versión. Una falta de objetividad, una imparcialidad que si no fuera ateo debería considerarse un pecado de soberbia. Ha tenido verdadera mala suerte con los curas. A mí me salen medio centenar de sacerdotes con los que me he cruzado en mi vida y sólo tengo palabras de encomio para ellos. Daré tres nombres: Manuel de Unciti, José María Javierre, Leonardo Castillo. Gente que en su mayoría se dan a los demás para acabar su vida en soledad. Su impostura inquisitorial es como si yo extrapolara a toda la Curia la mezquindad del capellán que me tocó en la mili, al que llamábamos Cape Capi Capu, apócopes de Capellán Capitán Capullo.
La frase de Almodóvar tiene el mismo rigor científico que si uno afirmara que se aficionó al western viendo las películas del cineasta manchego. Esto lo veo más factible. Hasta Sara Montiel dejó los molinos de Campo de Criptana para rodar en el viejo Oeste Veracruz con Gary Cooper. Una inquina la del cineasta que tiene que esconder algo más, una espina freudiana o una mala digestión de duelos y quebrantos en este Diario de un cineasta rural que se fue a Madrid para huir de la evidencia que señala Bernanos: "¡Qué pequeño es un pueblo!".
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