El parqué
Jaime Sicilia
Siguen las caídas
Introducir en el fragor de una campaña electoral o una crisis migratoria muy visible el debate de la inmigración -si eres una fuerza moderada y de Gobierno- es siempre un error que cualquier alumno en primero de comunicación política reprocharía al líder de turno.
Primero, porque ese debate es propio de fuerzas políticas con posiciones maximalistas y recetas simples a problemas complejos que nunca han tenido que enfrentar la gestión política de esta cuestión. Y si entras en esa dinámica caes irremediablemente en una identificación de la que debes huir.
Segunda, porque tu oponente político que dice abanderar el respeto a los derechos humanos pero hace muy poquito por su desarrollo, se te lanzará al cuello, pondrá en tu boca lo que tú nos ha dicho y dirá las barbaridades más terribles que buena parte del electorado -suyo y ajeno- comprará sin mucho esfuerzo. Como estrategia política, si no lo hiciera, será imperdonable; golpear el hígado del oponente y desgastarlo es método de la vieja política, de la nueva y de la futura.
La inmigración es una cuestión global, no sirve de mucho abordarlo en solitario si no se acompaña de una política europea común -al menos- bastante errática y cegata por lo visto hasta ahora. Las crisis migratorias obedecen a intereses geopolíticos, son provocadas por intereses territoriales, económicos y de poder aprovechando la vulnerabilidad de los más débiles. Es tan sumamente complejo el abordaje de esta realidad que ninguna acción más allá de la propaganda será suficiente para que el político pueda vender gestión, que en definitiva es lo que pretende quien gobierna.
Por eso, un partido serio no debería meterse nunca en este charco porque ni hará que vuelvan los que se fueron y corre el peligro de afectar a su electorado por el otro lado. Lo del portavoz de turno, un error de bulto.
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