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Un recuerdo político imborrable para muchos españoles de varias generaciones fue aquel 23-F en la que nuestra recién estrenada democracia se vio amenazada en el mismo corazón de la soberanía nacional. De todas las imágenes de aquellos días conservo como única la de la comprensible conducta de los diputados humillándose bajo el escaño a resguardo de los asaltantes a punta de pistola en el Congreso, ejemplo gráfico de como se doblega una democracia. Hoy sufrimos otras maneras más sutiles de la misma humillación. Todos menos el Presidente Suárez, Gutierrez Mellado y Carrillo. Que foto para la historia, todo un hemiciclo arrodillado mientras el Presidente conservaba para todos la dignidad perdida por el resto. En aquella aciaga noche de la democracia secuestrada la respuesta del Presidente Suárez cuando Tejero le puso la pistola en el pecho fue ordenarle que se cuadrara. Más de 30 años después que distinto es todo. Los únicos que conservaron la dignidad del Estado en Paiporta, epicentro de la democracia herida la semana pasada fueron los Reyes, que aguantaron la ira y la lluvia de barro. Mientras ellos mantuvieron el tipo y la dignidad de la Institución, el Presidente huyó con la excusa del protocolo de seguridad. La misma foto que engrandeció a Suarez dejará a Sánchez en el lugar de la historia que le corresponde, la de la ignominia. Esto no va de ideologías, de derechas o izquierdas, sino de la condición personal necesaria para ostentar tan alta dignidad, de la altura o bajeza moral de quienes nos representan, de qué esperar de quienes nos dirigen. Por desgracia hemos sufrido un retroceso irreparable a uno y otro lado del espectro ideológico. En la política no están los mejores ni moral ni profesionalmente, por eso cuando llega la riada a unos les siega la vida y la hacienda, a otros los deja en evidencia.
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