El parqué
Esperando a EEUU
Desde la espadaña
Acabado el camino de las esperanzas inmediatas (zambombas botellón, campanadas Lalachús y reyes prematuros, a falta de la Pascua Together) comienza el recorrido histórico de la otra esperanza venidera, la del año en curso con todas sus averías incluidas. Viajeros de un destino inopinado, en el andén de espera, para montarnos en el autobús de la vida, por un sendero enigmático que contiene en sí todo lo deseado; entre la espera y la esperanza, de nuevo al tajo. Después de la liberación vaginal hemos de volver al estado previo de tanta fiesta ¿Dónde quedó el corte? que decía mi padre, el punto desde donde reanudar la faena. Ahí está er tío, tomando el hacha de guerra y desenvolviendo la parva de lo cotidiano.
Pero la acción por la acción, sin más, no tiene mucho sentido. Volver al trabajo, como el burro a la noria, te deja sensación de inútil y cierto sabor a fatiga y amargura ¿todo esto para qué? Las preguntas fastidiosas se te pegan a la piel y las luces de la navidad se las llevan a la próxima avenida del futuro. Te quedas como tonto, sentado en el quicio de los trabajos, queriendo encontrar un poco de la verdad que se esfuma sin darnos cuenta, absorbidos por el futuro incierto y con un sentimiento diferido ¿hacia dónde voy? La cosa es seria, porque la respuesta, en una dirección u otra, compromete a la vida entera.
Queda la opción de la esperanza frente a la clausura de un presente demoledor. Posibilidad ésta que permite modular el paso hacia adelante, las alforjas del camino y el pan duro con que alimentarse. No es mucho, pero da viabilidad a lo intransitable del porvenir. Os invito, por tanto, a focalizar el objetivo de la esperanza, modelarlo, inventarlo, si fuera preciso, con tal de que la pesantez del barro diario no hunda con miseria la poca dignidad que nos queda. Y como no hay principio sin fin, propongo alcanzar el punto omega, ponerle ilusión a este Jerez terrestre que nos toca transitar: transformar las falsas luces que adornaban las pasadas fiestas en verdaderas estrellas colgadas del firmamento, mirar un poco más allá del mostrenco polvo que nos envuelve y subir a la grupa de la utopía.
Dicho de otro modo, es urgente trasmutar el presente en potencialidad de futuro. Hay mucho que hacer, mucho que progresar, mucho de todo; pero nada tan importante como conseguir que los seres humanos no estén dejados de la mano de Dios y disipen la esperanza. En la historia hay signos de otra realidad, que abren los ojos, la vida y el ser, que expansionan la finitud, a veces tan agobiante, hacia otro universo de anhelos posibles, como si alguien, yendo por delante, tirase de nosotros en la historia.
Ha llegado el momento de darle sentido al presente con la orientación que lleva hacia el final, que las cosas últimas fundamentan las primeras, que no se trata de evadirse del aquí, sino de no ahogarse en los pasos terrícolas que manchan los zapatos y obnubilan la vista. Todo camina hacia un posible, hacia una transformación del presente, hacia un modo de ser que da sentido a las piedras del camino y a los sinsabores sufridos.
Conviene hablar del futuro. No se trata de un sueño, ni de una especulación loca, es posible un pensamiento lógico sobre una esperanza que contenga vida y no sea sólo el enunciado del lenguaje ¿Dónde iríamos sin esperanza? ¿dónde sin esa piedra de toque que motiva a las personas? Un presente sin futuro no es presente; necesita promesa, estar en desacuerdo con el ahora para luchar por un mundo mejor. La vida cotidiana necesita tensión para la marcha, insatisfacción permanente y, sobre todo, dialéctica sucesiva para luchar contra los incumplimientos de quienes nos tienen engañados.
Entiendo que es difícil mantener la esperanza en condiciones contrarias a las que se nos promete; pero quizás sea el único modo de salir del sufrimiento al que nos tiene sujetos la impresentable realidad política actual. Hay que ir más allá, si no queremos morir en el intento de luchar contra el engaño de quienes nos gobiernan a todos los niveles. Hay que echarle huevos a la vida, sin olvidar las barreras opresoras, y despejar el horizonte con alegría y ánimo fundado, dilatar el pulmón y ‘apasionarse por lo posible’(Kierkegaard) para, en lo posible, no entrar en la dinámica de vacío a la que nos quiere conducir la caterva de monos que nos dirigen ¡qué cruz!
La esperanza que propongo no es huir en la plácida aquiescencia de lo que sucede, ni consolación en la fatalidad, sino protesta contra el enemigo que inocula el mal en una sociedad demasiado conformista y aborregada. Se trata de punzar la columna vertebral del presente, impacientar al comodón que llevamos dentro y ponerle corazón a este mundo soso que nos tiene atiborrados. No conformarse con el errabundo presente es ya fruto de la esperanza, con tal que lleve un componente de alegría y no sólo de enfado y disgusto por todo.
Nada de resignación, nada de pereza y, por supuesto, ninguna cobardía que lleve al abatimiento. No caigamos en el existencialismo de A. Camus, que proponía ‘pensar con lucidez y no esperar ya’ ¡Lejos de nosotros tal pensamiento! que nos llevaría al tedio por la vida de un Prometeo encadenado. Digo, más bien, con Ingeborg Bachmann: “El uniforme del día es la paciencia, y la condecoración es la pobre estrella de la esperanza puesta sobre sus corazones”. Apúntate a la fuente de fantasía creadora del amor, porque el mundo puede ser de otra manera si ponemos pasión por lo que llevamos entre manos. Hoy puede ser un buen día para seguir creyendo en la esperanza.
También te puede interesar
El parqué
Esperando a EEUU
Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
La trampa de la condonación
Sin jonjabar
Alfonso Salido
Franco
El parqué
De más a menos
Lo último