El parqué
Álvaro Romero
Descensos moderados
Vivimos en contacto con personas extranjeras que suspiran por vivir en España y rodeados de españoles que no paran de quejarse de su casa. Unos buscan rendijas para colarse por cualquier frontera y cuando llegan persiguen ansiadamente permisos de residencia y de trabajo, mientras los de aquí protestan por cualquier inconveniente. Sin duda, es este un país con la autoestima muy baja que no sabe apreciar lo que tiene, ni reconoce lo que se ha logrado en menos de cinco décadas, desde que acabó la dictadura. Cualquier persona española que sale al exterior por trabajo vuelve con dos constataciones: la primera es que habrá conocido a una legión de gentes interesadas en establecerse aquí; y la segunda es que hay ingenieros, médicos, científicos, enfermeras, cooperantes y directivos españoles en posiciones muy relevantes donde son muy apreciados, a pesar de que aquí se les ignora; ignorados hasta el punto de que muchos de ellos tuvieron que marcharse sin desearlo.
Jaume Ripoll, fundador de Filmin, una plataforma española de películas europeas y documentales, afirma que “a menudo nos falta autocrítica y nos sobra autodestrucción”. Síntesis perfecta de los dos males que nos aquejan. ¿Se imaginan, ahora que el país se la juega en las urnas, una campaña electoral con más autocrítica y menos autodestrucción? Afrontaríamos los retos con menos excitación, más sensatez y más garantías de estabilidad.
Para que aflorara la autocrítica en el Gobierno saliente ha tenido que producirse un batacazo electoral. Por fin, Pedro Sánchez pidió disculpas por no haber intervenido antes cortando el desaguisado jurídico y sus efectos deplorables en la Ley del solo sí, es sí que había liado la intransigencia de Irene Montero y compañía. Para que Núñez Feijóo declarara que va a mantener la reforma laboral, a la que se opusieron PP, Vox, Bildu y Esquerra Republicana, han tenido que mediar unas encuestas en las que se advierte que el millón largo de beneficiados por esa ley, que acabó con la temporalidad flagrante de los contratos de trabajo, va a pelear en las urnas para que no haya marcha atrás. “Yo no sé si el PSOE logrará movilizar a sus bases el 23-J, pero puedo asegurar que los afiliados a la UGT no se dejarán arrebatar las conquistas conseguidas”, asegura Pepe Álvarez, máximo dirigente del sindicato. Es como si Núñez Feijóo respondiera desde la cocina electoral, “¡Oído, barra!”.
Esa es la clave; ¿cuántos excesos de los extremos están dispuestos a contener los dos partidos centrales para no estropear el país que tenemos? Un país que necesita reformas estructurales en el empleo, o contra la desigualdad, o por el endeudamiento desaforado, además de rectificaciones por políticas excesivas, sí; pero que no quiere volver atrás. Algo peligra cuando PP y Vox sitúan como segunda autoridad institucional de la Comunidad Valenciana a una señora anti vacunas; cuando la futura presidenta extremeña, María Guardiola, entrega a Vox la Consejería de Gestión Forestal y Medio Rural en una región donde el 65% del territorio que es campo; o cuando el vicepresidente de la Junta de Castilla y León, de Vox, retira la bandera LGTBI que es “un trapo arcoíris que une la plutocracia internacional con la izquierda más sectaria”. Es responsabilidad del PP y del PSOE, y desde luego de sus electores, que no estropeemos España. Y por extensión, Europa. La presidencia española de la UE debe afianzar los valores democráticos y europeos que algunas fuerzas tratan de socavar aquí.
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