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Alos cincuenta años de la muerte de Franco es bueno que se analicen el personaje y sus efectos. Porque la memoria es débil, quebradiza… y fácilmente manipulable. Para muchos jóvenes el dictador es un desconocido, puesto que en los planes de estudio no se ha incluido la negra noche de la dictadura con sus temibles madrugadas. Otro déficit de la Transición.
La derecha española está dolida porque se identifica plácidamente con aquello y porque teme que un mayor conocimiento haga caer sus máscaras. Y han lanzado el mantra de “Franco murió en la cama de una vulgar flebitis”. Eso -objetivamente cierto- ocurrió porque muchos españoles de entonces habían mamado un miedo paralizante a la represión fascista y porque no valía la pena forzar las cosas cuando la inevitable muerte iba a disolver el cemento aluminósico que Franco suponía para el Régimen.
Pero los franquistas intentaron seguir a toda costa, aprovechando un aparato represor prácticamente intacto. También trataron de seguir a través de los mecanismos democráticos instaurados contra su voluntad. Pensaron que las largas colas ante el catafalco de Franco se iban a transformar en votos, pero el pueblo les arrancó de sus sillones y no les permitió morir en la cama del poder como les hubiera gustado. Fue un proceso largo, 23-Fe incluido, que culminó en 1982 con el triunfo de la izquierda. A pesar de hitos de terror como los sucesos de Vitoria, de Málaga con el asesinato de Caparrós, de Almería y tantos otros, los españoles ya no tenían tanto miedo y en ellos germinó la semilla de la lucha clandestina contra el fascismo. El franquismo empezó a morir en el mismo momento de la muerte de Franco.
Y al Rey, heredero histórico de Franco, le conviene cuidar mucho su agenda este año. No le vaya a pasar como a Mazón.
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