El parqué
Caídas ligeras
El futuro -a corto, medio y largo plazo- se presenta incierto para el monasterio de la Cartuja. El último capítulo de su historia que acaba de terminar de escribirse, el protagonizado por las Hermanas de Belén, ha resultado ser una etapa relativamente breve. Veintidós años dentro de una existencia de más de cinco siglos podría juzgarse como un episodio casi anecdótico. En cualquier caso, a todos nos ha tocado interpretar un papel en él. Y es que han sido más de dos décadas intensas en las que, junto a la inevitable indiferencia de una parte de la sociedad, se han despertado muchas conciencias sobre el patrimonio cultural, dando lugar a posturas de todo tipo. Al margen de valores espirituales, que no me corresponde aquí evaluar, la presencia de dicha comunidad religiosa ha supuesto el mantenimiento de un ingente conjunto arquitectónico y una continuidad en su uso original que ha podido garantizar su conservación, así como su autenticidad. En cambio, la falta de sintonía entre el carisma de las monjas y las características estéticas, materiales y ambientales del edificio dio lugar a actuaciones poco felices en relación a su dimensión artística. Un aspecto patrimonial que de manera creciente y legítima la ciudadanía demanda conocer y al que habría que dar respuesta desde el equilibrio entre la faceta religiosa y la monumental, desde la estrecha y generosa colaboración entre el propietario, el Estado, y el usufructuario, el Obispado, y nunca desde actitudes enfrentadas o inamovibles.
En este escenario, de expectativas e inquietudes, surge la jornada “Pensando juntos sobre nuestro patrimonio. La Cartuja de Santa María de la Defensión” organizada por DEPA y que se celebra este jueves a partir de las 17:00 en el Museo Arqueológico. Nadie espera que ese futuro sea fácil pero merece la pena intentar construirlo entre todos.
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