Haters de la red

En la era digital, el impacto de cualquier acontecimiento tiene un efecto multiplicador en las redes sociales; una noticia, si además se ilustra con una imagen o video, cobra una notoriedad que de otra manera no tendría. A ello se le suman las mil y unas opiniones, muchas moderadas y dichas con educación y no pocas -por ser generoso- extravagantes, cínicas o hirientes, expresadas con una mala baba considerable. Ninguna persona con relevancia notable o Institución que se precie carece en la Red de sus “haters”.

Una de las más expuestas es la Iglesia Católica, por mil y una razones -con o sin ella- objeto de la crítica más feroz no solo por los que se sienten ajenos a la Cruz, sino a menudo por el fuego amigo. Estas nuevas formas de comunicación tienen un efecto valioso para la transmisión de la Fe, no cabe duda, pero tambien dejan al descubierto con más evidencia la miseria de nuestra condición. A la Iglesia se le exige una ejemplaridad exquisita, que carezca de mancha alguna y una pulcritud llevada al extremo, pero esto no es realista.

A la Iglesia se le deba presuponer esta pureza con más ahínco que al resto -por lo que significa-pero la realidad es que como cualquier otra Institución, en la Iglesia hay personas capaces de lo mejor y lo peor. Lo mejor -que es lo habitual, gente entregada y generosa- pasa a menudo desapercibido por aquello de la máxima evangélica, lo peor, por lo terrible de su contenido, tiene un efecto exponencial y nos hiere en lo profundo. A los odiadores profesionales de las redes les diría que por cada conducta execrable hay miles de actos de misericordia, por cada acontecimiento que nos deja tocados en el alma por su maldad, hay actos de verdadera santidad y por cada generalización injusta, prejuicio o tópico destructivo, hay una oportunidad para poner a prueba la madurez de la Fe.

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