Jaime Sicilia
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Está más que demostrado que estamos asistiendo a un nuevo amanecer en cuanto al tema de las adicciones. Ahora se fuma mucho menos que hace unos años porque la gente se ha dado cuenta del daño que hace, sobre todo al bolsillo, y prefiere otro tipo de sustancias para entretenerse mientras habla o se relaja. El hecho de tener un pitillo entre los dedos ya no supone un plus de chovinismo ni de encuentro mega con la tercera fase sino que es más bien un atraso.
El tabaco tiene los días contados. El alcohol por su parte, crece enteros por doquier, en fiestas, celebraciones, bodas y demás maneras sociales de celebrar cualquier cosa y se ha convertido en un amigo ingrato y despiadado de la juventud. En los findes, en las quedadas, en las salidas y ahora en las zambombas. No hay pandilla que no lleve bolsas de botellas a algún lugar o en algún momento, por el mero hecho de beber para engañarse y divertirse, ensuciando todo fuera y enfermando por dentro.
Las zambombas, como las recogidas de los pasos o las casetas de feria, se han convertido en el mejor argumento para convertir una posible noche de amistad y diversión en una locura de fermentación alcohólica que deja mucho que desear, justificando la conducta escapatoria de quien sabe qué o de qué extraña manera de vivir el ocio. Aunque se sabe de los efectos nocivos para cerebros adolescentes o hígados poco castigados, la fuerza de los grupos de iguales es mayor que los factores de protección que podamos implementar.
De nada sirve luchar desde la prevención o desde la educación para la salud. Poco se hace desde las instituciones de manera eficaz para acabar con una lacra, que parece que tiene intereses económicos y políticos, más acentuados en las denominaciones de origen y en las comarcas vitivinícolas. El tabaco, el alcohol, la marihuana y demás sustancias adictivas crean una tela de araña difícil de superar. Por lo que sucumbe a ellas es de estudio o es que nos falta un hervor.
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