Visto y Oído
Broncano
Frente a la aparente decadencia que sufre en el siglo XVII la herrería aplicada a la arquitectura, el XVIII significa un resurgimiento. No volvemos a ver obras tan elaboradas como las rejas de la capilla de los Cuenca de Santo Domingo o de la iglesia de la Cartuja, sino trabajos más artesanales, de técnica más elemental, donde la complejidad se encuentra sobre todo en la multiplicación de un motivo básico, el roleo, al que en las piezas más complejas puede acompañar flores de volúmenes resaltados.
A diferencia también de los mejores conjuntos de épocas anteriores, los encargos ahora los reciben talleres locales, habiéndonos llegado los nombres de algunos de los maestros herreros y cerrajeros que los dirigieron. Uno de ellos, Pedro Guerrero, concluye en 1729 la reja del desaparecido coro de San Lucas, en la actualidad en la capilla de los Villacreces de San Mateo. Las labores incluidas en ella pueden considerarse representativas de este siglo, del que quedan vistosas realizaciones para el ámbito religioso, algunas fechadas, caso de la de la capilla de Consolación de Santo Domingo (1741) o de las más tardías del Sagrario de San Marcos (1795).
No menos llamativos resultan ciertos ejemplares vinculados a casas de ese periodo dorado de la década de los setenta del Setecientos. Me refiero de manera especial a las barandas de los balcones de las portadas civiles de esos años, con sus movidas plantas de entrantes y salientes, curvas y contracurvas: Porvera 52, Bertemati, Carrizosa, Domecq… De la situada sobre la puerta principal de Bertemati conocemos asimismo su autor, Pablo Romero. Aunque menos rica que la de Domecq, ofrece sutilezas como la inclusión de las letras del apellido Dávila, la familia que construyó el palacio. Pocas veces el hierro ha sido usado de manera más clara al servicio del prestigio de una estirpe.
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