El parqué
Álvaro Romero
Tono alcista
el poliedro
Uno se imagina la euforia y el resplandor de aquellos compañeros de la facultad de Ciencias Políticas de “la Complu”. Profesores asamblearios, repletos de verdades; rojos burgueses o de barrio, muy capitalinos, que liaron la mundial con Podemos, aquel partido que pudo haber sido y no fue, pero que en un cierto momento del primer cuarto de siglo del XXI llegó a hacer concluir a la demoscopia que Pablo Iglesias podría mudarse a la Moncloa, aprovechando la decadencia de unos PSOE y PP castigados por la corrupción consustancial al largo y mucho ejercicio del poder, y también sacando partido –nunca mejor dicho– del descreimiento popular y del miedo a la que se dio en llamar, no sin una buena dosis de pompa, la Gran Recesión allá por los años 2010 y siguientes. En la cúspide de una eufórica y propositora constelación Podemos que, freudiana, quería “matar al padre”, el llamado Régimen del 78, Errejón se nos mostraba distinto de sus colegas Pablo y Juan Carlos. Una triada de alfas que personalizaba el mismísimo diablo para muchos españoles tras el hito histórico del Movimiento 15-M. Fue Podemos una organización emergente y adanista, esto es, nacida libre sin el peso extra de las mochilas sucias, ajena a todo pasado: una vida por delante que se antojó fulgurante cuando fue el cuarto partido más votado en las europeas de 2014.
Errejón brillaba bajo la sombra del omnipotente Pablo Iglesias, que llegó a ser vicepresidente del Gobierno, y serlo de verdad; y la también alargada sombra del oscuro Juan Carlos Monedero, que, como predicaba Franco, “no se metió en política”, en la de escaño y alto cargo, quizá por la cuenta que le traía. Carolina Bescansa acabó por retirarse, como antes lo hizo Pablo, un líder más listo que el hambre, aparte de notable parlamentario. Ahora se inmola Errejón. Íñigo parecía amable y gentil, apasionado, tendente al entendimiento, sexy a su aniñada manera, muy elocuente y por lo general muy suelto de verbo. Ha dejado la política. No sé cómo de buena es la noticia. La menos mala posible para él mismo, que huye de la quema con una galerna en popada: la que soplan los pecados de siempre, poder y sexo, tanto monta, monta tanto. Si sus formas y su discurso parecían del todo dignos, su feminismo ante el micrófono ha acabado por contener el vicio del patriarcado. Sus explicaciones de salida, entre otras, piden perdón con un lenguaje abstruso y rebuscado, asumiendo que ha sido malo. Atragantado por las mieles de la autoridad y esa cosa extraña que llamamos carisma. Errejón ha gripado, o muerto de éxito.
Vicios privados, públicas virtudes. Enigmático y sin miedo a la demagogia, Errejón atribuye a su Mr. Hyde “neoliberal” la debacle personal de su Dr. Jeckyll político. Una mortífera contradicción, aliñada por denuncias de acoso y humillación a compañeras y subordinadas en la práctica de esa de la que decimos que no tiene enmienda. El aparato, el del su partido, lo había invitado a largarse por su propio pie, y por supuesto abandonar el cargo de portavoz parlamentario. El escándalo Errejón bien puede ser el rejón negro para lo que fue Podemos y hoy se llama Sumar. Una organización metamórfica y poliédrica que, tras este detonante que más bien es un bombazo, se encuentra entre la urgencia existencial: ser o no ser. Sucede que, si hay algo más parecido a las formaciones de la resistencia hebrea ante la Roma imperialista en La Vida de Brian, eso es Sumar y sus marcas.
Cuadrar ese mapa de diversidad, multiplicidad y transversalidad no es moco de pavo: deconstruirse y refundarse... o destruirse. Sobre todo cuando las grandes verdades que, como es el caso de Errejón, se predicaban con énfasis e incuestionable compromiso personal resultan ser cosmética. El “neoliberalismo” es lo que tiene, según el interfecto.
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