Juan Antonio Vital Santos

Los inmigrantes son ciudadanos del mundo

Desde la realidad

16 de julio 2024 - 03:06

Nadie debe olvidar el sufrimiento de las miles de personas que han dejado atrás su casa y su hogar solamente para perder sus vidas cruzando el desierto o las peligrosas aguas con la esperanza de una vida mejor. La Iglesia siempre ha defendido el derecho a emigrar cuando existen las razones justas. Esto no significa que se promueva una política de “fronteras abiertas”. Los gobiernos tienen el derecho y la obligación de proteger sus fronteras y de hacer cumplir sus leyes porque ningún país ni mucho menos una sola comunidad autónoma, como pasa en las islas de Gran Canarias, no tienen capacidad de hacer frente a los problemas migratorios actuales.

Esta contradicción entre derechos y obligaciones se reconcilia con un principio elemental : un país debe regular sus fronteras con justicia y misericordia con criterios de equidad y de equilibrio. Porque ante todo nunca debemos perder de vista que los inmigrantes indocumentados son especialmente vulnerables a la explotación y a veces se los considera como no merecedores de derechos ni de servicios humanitarios. Un ejemplo es lo que estamos viviendo estos días con el caso de los “mena” y la discusión política sin sentido que se está produciendo entre partidos.

Nunca debemos olvidar, y se lo tenemos que recodar a nuestros políticos de derechas y de izquierdas pero sobre todos a los nacionalistas, que todo inmigrante es una persona humana que, en cuanto tal, posee derechos fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en cualquier situación. En su último mensaje de la Jornada de la Paz del año 2005, nos indicaba el papa Juan Pablo II: “la pertenencia a la familia humana otorga a cada persona una especie de ciudadanía mundial, haciéndola titular de derechos y deberes, dado que los hombres están unidos por un origen y un supremo destino común. La condena del racismo, la tutela de las minorías, la asistencia de los prófugos y refugiados, la movilización de la solidaridad internacional para todos los necesitados, no son sino aplicaciones coherentes del principio de la ciudadanía mundial”.

Estamos llamados a vivir con el extranjero un encuentro que esté fundamentado en la hospitalidad. Una hospitalidad, como dice el jesuita Julio Martínez, que no entiende de discriminaciones, presiones, deportaciones ni dispersiones. Porque los que somos cristianos debemos saber, y llevarlo a cabo, que la categoría de catolicidad de la Iglesia nos enseña que en Cristo se rompen las fronteras, las barreras que nos separan. Y eso lo vemos fundamentado en la tradición bíblica cuando habla de la hospitalidad y del extranjero, como por ejemplo en la Carta a los Hebreos, capítulo 13, en la que está perfectamente resumido y se amonesta a los cristianos a “perseverar en el amor fraterno y no olvidar la hospitalidad, pues gracias a ella algunos hospedaron, sin saberlos, a ángeles”.

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