
Carmen Pérez
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HA fallecido el Papa Francisco, como casi todo el mundo sabe; el Creador debe de tenerlo en su gloria. Ningún deceso de un jefe de Estado, que lo era, podría haber concitado tantísimo interés, páginas de periódicos, tertulias radiofónicas o reportajes televisivos como lo ha hecho la muerte del jesuita, pero de franciscano nombre de pontífice. Ya nunca cumplirá 89 años en este pálido puntito azul del universo. Quién sabe si, empero, infinitos océanos de tiempo sí irá cumpliendo, ya ajeno al reloj mortal. Es cuestión de fe: a quien Dios se la dé, que San Pedro se la bendiga al franquearle la puerta del Paraíso y de la eternidad. La más fascinante y opaca historia jamás contada. Divina.
Jorge Mario Bergoglio, nacido en Flores, Buenos Aires, ha sido el ducentésimo sexagésimo sexto (número 266) Santo Padre católico. Sin embargo, sólo es el octavo soberano del Estado Vaticano. Desde las catacumbas hasta hoy va un larguísimo y sinuoso camino recorrido por la Iglesia, salpicado de mártires, cruzadas y muchas otras guerras de religión. Con enorme palanca sobre el poder, tantas veces tiránico; mecenazgos, órdenes monásticas, prelaturas y otras estructuras semiciviles; acumulación fenomenal de patrimonio artístico, influencia política al más alto nivel, héroes y heroínas de misiones ajusticiados por la brutalidad de otras religiones aún cegadas por el odio y la miseria intelectual. Las religiones: con dinero y sin dinero, su palabra es ley, en Gaza o Dubái, en Roma o Filipinas, en Jerusalén o en Wall Street. En los casos más arcaicos, toda la ley, política incluida. No es el caso del Vaticano. El poder de la Iglesia católica es espiritual y social en el siglo XXI. Gracias a Dios.
La verdad es que, como denominaciones para su categoría profesional, ni presidente, ni primer ministro y, menos aún, la de rey convienen al cargo en el que, definitivamente, ha cesado el Papa. ¿Cómo se explica el poder temporal –secular y profano– tan notable de un poder técnicamente espiritual? ¿Cómo se debe interpretar el impacto alucinante de la muerte anunciada de un Papa? Creo que es un caso para explicar en foros de MBA, por aquello de los activos intangibles, que no figuran en el balance, y cuyos réditos no van a la cuenta de resultados, salvo los derivados de los tickets turísticos o las donaciones, incluida la voluntaria de la declaración del IRPF. Una cosa mágica, que no se puede tocar y difícilmente medir: la religión en su acepción espiritual, la de fe compartida, ¿qué proporción del patrimonio neto o el precio de las acciones ocupa? ¡Sabe Dios!
Francisco no ha cumplido con sus promesas, y sin embargo ha pasado por ser un Papa progresista (”ciudadano Bergoglio”, lo llamó el trumpista Abascal). Pero se ha ido del mundo de los vivos sin abolir la condición de pecado de la homosexualidad, a la que él llamó “mariconismo”, en el caso de los seminarios. Tampoco cumplió con el compromiso, liviano, de abolir el celibato sacerdotal, otra cara de la misma moneda. O de permitir que las mujeres sean curas. No ha rematado faena histórica alguna. Los católicos de precepto estarán felices: no lo tragaban. Los anticatólicos veían en él un tío tela de enrollado. Pero ese es otro cantar. Es un cantar político: si tú quieres a Bergoglio, eres progre; si tú sientes repelencia por Francisco, eres un facha. Made in Spain, vive Dios.
El presupuesto del Estado Vaticano es una brizna del de la Junta de Andalucía. Su poder, ya ven ustedes. Y es que somos unos animales de lo más raro, los humanos. Contabilidad ni contabilidad. El debe y el haber, como el activo y el pasivo, no lo dicen todo. Mientras, nacer o ser homosexual sigue siendo pecaminoso. Una aberración que no resolvió su Santidad, che. Va usted para septiembre.
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