Tribuna Económica
Gumersindo Ruiz
C op 29, una visión optimista
Existiendo una razón poderosa que lo justifique, todo regreso al hogar debería resultar emotivo, dulce y reconfortante. Una casa propia es, teóricamente, el único lugar donde reina la paz, como así rezan y atestiguan a modo de bienvenida millones de felpudos ubicados en los portales de todo el planeta. La realidad inequívoca es que nuestra vida transcurre entre destinos rutinarios u obligados, donde no solemos encontrar alicientes especiales, ni emociones por sorpresa, todo resulta cotidianamente trivial, conocido o monótono, propiciando bostezos prolongados, casi eternos, cual hipopótamos aburridos y hambrientos. Para invertir esos hábitos frustrantes, se hace obligado cambiar de aires, descubriendo fórmulas reparadoras al tedioso deambular diario, pero por inercia cogemos la vía de retorno a nuestro refugio privado. Ésa es la única o socorrida válvula de escape que ejerce un efecto imán sobre nuestra conciencia. Te atrae. Llegas a ella con los ojos cerrados, incluso sorteando los obstáculos, a sabiendas. No solo a Roma, todos los caminos conducen indefectiblemente a tu morada.
Si abandonas el hogar por un cierto tiempo, la nostalgia se materializa en una maleta, en esa fiel compañera de viaje que guarda nuestros enseres más personales e indispensables. “Todo aquel que necesita más de una maleta -dijo mientras cerraba con dos vueltas de llave la puerta de su apartamento-, es un turista, no un viajero” relataba el escritor estadounidense Ira Levin en su novela de terror ‘El bebé de Rosemary’, que fue adaptada al cine por Roman Polanski con el título ‘La semilla del diablo’, e interpretada por John Cassavetes y Mia Farrow, que logró con ella un Óscar. En fondo y forma, la maleta es como una residencia o domicilio ambulante: viajera, intransferible, errante, nómada, transeúnte. Dentro de una maleta resumimos lo más determinante que debe permanecer junto a nosotros: exceptuando ropa o enseres de rigor, en ella podemos incluir documentos trascendentales, o las pruebas de un delito, o los detalles de un crimen, o una demanda de divorcio, o el testamento más inesperado, o una sentencia de muerte, o la confirmación de un embarazo no deseado, o un robo en ciernes... Y la maleta siempre calla, protege los secretos sin rechistar, es misteriosa e inquietante para quienes desconocen su contenido, a la vez que previsible para su dueño. Más allá de calcetines, calzoncillos o camisetas, dentro de ella, todo tiene una lógica y un supuesto sentido.
Según el diccionario de la lengua española, maleta es una especie de caja provista de un asa que sirve, sobre todo en los viajes, para transportar ropas y otros objetos. Así de simple. Es evidente que su descripción no alberga épica, menos aún sus sinónimos, como valija o bulto, que resultan vulgares, ramplones, poco relevantes, diametralmente opuestos a la belleza literaria que aplicaron para definirla escritores como el británico Terry Pratchett, que ensalzó con brillantez a una maleta en su novela de ciencia ficción ‘Rechicero’ (1988): “El equipaje era mágico, sí. Era terrible, sí. Pero, en lo más profundo de su alma enigmática, compartía los gustos de cualquier otra maleta del universo, y prefería pasarse los inviernos durmiendo en la cima de los armarios”. Méritos ha hecho de sobra la maleta para merecer una definición más elaborada etimológicamente. Algo así como MUDA, palabra que alude al conjunto de prendas del vestir y ropa interior esenciales en el atuendo. Pero, como en tantos otros casos, ‘muda’ tiene otras acepciones, pues con ella también nos referimos a quien está privada del habla, o se mantiene muy callada y silenciosa. Al mismo tiempo, se entiende por muda la acción de mudanza, cambio, transformación, metamorfosis o renovación de algo, o el tiempo en que las aves cambian sus plumas y otros animales su piel. En definitiva, MUDA resume semánticamente la esencia épica y trascendental de una maleta. No hay duda.
Un teléfono móvil puede contener todo lo necesario para viajar por el mundo, pero por mucho que tendamos al minimalismo, la maleta sigue siendo indispensable, con cierta forma y material, hasta en el viaje final. Y además, es ‘muda’, no nos delata. "Todo lo que poseas debe caber en una maleta; entonces tu mente será libre", escribió el novelista y poeta americano Charles Bukowski. Grandes, pequeñas, con ruedas o sin ellas, de colores variados, metálicas, transparentes incluso, identificas la tuya rápidamente en una cinta de aeropuerto, entre otras muchas casi idénticas. De cualquier maleta podemos adivinar qué contiene sin necesidad de abrirlas: el libro que siempre quisimos acabar de leer, los pantalones o abrigos con los que más nos compenetramos, la agenda de amigos a visitar, regalos, un periódico o revista atrasados, los compromisos que nunca llevamos a efecto, esencias y perfumes que nos caracterizan y algún amuleto secreto, santo o divinidad que siempre nos acompañaron para afianzar la confianza. Y ella permanece MUDA. Sí, las maletas son testigos mudos en el deambular vital de un individuo. Transportan pertenencias útiles y sueños que no ocupan espacio. Una maleta simplifica y detalla la personalidad de su dueño, le dota de sencillez o grandiosidad, beneficia su imagen o la distorsiona. Un hombre inseguro nunca asirá una maleta con naturalidad, la agarrará con firmeza, atemorizado, sin compenetración alguna con lo que lleva dentro de ella. Una persona frustrada viaja con maletas descompensadas para sus características físicas, como deseando perderlas de vista. Una persona creativa e inteligente exhibirá maletas originales, propias de él, definitorias e impecables. Un individuo excéntrico gastará todo su tiempo y dinero para que su maleta hable por él, sin que nadie lo moleste con preguntas impertinentes.
Una de las obras literarias más fecundas del brillante Franz Kafka, fue ‘Cartas a Milena’, publicada a título póstumo en 1952, siendo escrita a caballo entre la desesperación y el amor. Metafórica y magistralmente, el influyente y bohemio autor checo alude en ella a esas maletas que acompañan el efímero tránsito vital: “Sobre eso de llevar el equipaje no diré nada, porque no lo puedo creer y si lo creo, no lo puedo imaginar, y si me lo imagino, te veo tan linda…” Queda claro no solo por lo que en esa obra se expone, que cada habitante de este planeta usa alguna vez una maleta sin saber el destino de ambos: la muerte es como una maleta de madera, en la que nosotros no decidimos su contenido...
(*) Jesús Benítez, periodista y escritor, fue Editor Jefe del Diario Marca y, durante más de una década, siguió todos los grandes premios del Mundial de Motociclismo. A comienzos de los 90, ejerció varios años como Jefe de Prensa del Circuito de Jerez.
Quiero una bicicleta,
porque deseo llegar allí
donde levantan fronteras.
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Prefiero lanzar un verso
ensangrentado en la noche,
entre al libertad y la quimera.
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Me devoran los nervios
que emanan de las entrañas,
por soportar la injusticia.
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Sé que no rimará en el absurdo
la tristeza del incomprendido,
humillado en el estío.
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Por eso, ya vuela mi gaviota
sobre los sueños ansiados.
Me voy con ella.
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© Jesús Benítez
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