Libertad y derechos

Amenudo invocamos términos como libertad y derechos, de los que somos depositarios por nuestra condición de ciudadanos: derecho a una vivienda digna, derecho a un salario mínimo, derecho a una atención sanitaria de calidad, derecho a una identidad basada en la autopercepción, derecho a disfrutar del entorno natural, derecho a conformar nuestra vida como queramos, derecho a la diversidad y derecho a sentirnos indignados por lo que cada uno considere justificado: el triunfo de la autonomía del hombre contemporáneo.

La exhibe Occidente con orgullo, una nueva libertad que aun está por desarrollar y para las que hay que superar viejas concepciones que se dicen obsoletas. Siendo algunos de estos derechos deseables y otros discutibles, en vez de ser más libres, vivimos en la estrechez intelectual de una autoproclamada búsqueda de la felicidad humana que ha conformado un ciudadano más enfadado, menos libre y más infeliz, que ha olvidado su raíz y su origen.

En esta sociedad de derechos, los más incuestionables de la Vida y la Propiedad son postergados y considerados como limitadores de otros derechos más importantes: la de hacer con mi cuerpo lo que quiera o la de que el Estado se haga cargo de nuestro bienestar generando como decía Chomsky una sociedad de distraídos que va a la suya.

La libertad sin responsabilidad, sin un ejercicio de moral colectiva, sin el respeto al derecho natural, sin la dignificación de la vida humana y la inviolabilidad de la propiedad privada lleva irremediablemente a la deformación de su propio significado y a la construcción interesada y proclamada como indiscutible de una nueva colectividad más aborregada, la vuelta a la tribu irracional y orgullosa de su ignorancia. Esto es básicamente Europa, más en riesgo hoy que ayer, incapaz de armarse ante el enemigo de dentro y el de fuera.

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