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Retroceso del Íbex
Desde la espadaña
Que nadie se dé por aludido, pero hay gente desagradable, gente malasombra. Dicen en mi tertulia mañanera que llevan los cuernos puestos y lo saben. Nada que objetar. Diría que no evacuan bien por la mañana ¡el careto de algunos! Atravesaos antes de que el sol alumbre, como esos toros bizcos que miraban a Rafael ‘Gallo’ ¡qué mal ángel! malintencionados y aviesos que no hay quien les dé un capotazo. Están en Madrid, Euskadi y Granada, tienen el mismo veneno, aunque sea en ésta donde el malaje se convierte en malafollá. Es lo mismo, a fin de cuentas, hay gente siesa, reventá patozumueto. Los rifaba y me quedaba tan así. Te los encuentras hasta en la sopa ¿qué hemos hecho para merecer esto? Pedí cita previa (no digo dónde) y me atendió un malaje. No es preciso que cuente la secuencia; simplemente me fui. Encontrarse con un malaje es habitual. Son personajes oblicuos, torcidos y ceñudos. Como si llevaran una pena en el corazón y culparan de ello a todo el que se aparece.
Siendo jovencito jugaba con cierto garbo a balonmano y solía marcar goles a mi aire; razón suficiente para que el entrenador, un tal Cedrón, por romper su sistema, me mandara al banquillo en lugar de celebrarme. Un malaje. Se hacen odiosos. Casi siempre envarados y con gesto hirsuto, como si llevaran la importancia de Mi Persona. Abundan como la falsa moneda. Te descuidas y te los encuentras hasta en misa, así que se reprodujeran por esporas. El otro día, sin ir más lejos, me llegué a un establecimiento muy conocido de la ciudad y me recibieron con herraduras y dientes, como le ocurriera a Rocinante con unas jacas gallegas. También eran yeguas las que me cocearon, con ancas grandes y relincho portentoso. Son así, estúpidos y engolados, y no sé por qué. En todo hay excepciones, pero suele coincidir con los menos competentes que, así que les dejan una pizca de mando, se suben a los púlpitos, como si fueran alguien, cuando suelen ser poca cosa o nada o menos. Lo pagan con uno.
En la vetusta y pontificia universidad de Salamanca de los años ochenta, que yo viví, era más habitual entrevistarse por los pasillos con el rector magnífico que con el conserje al uso. Para pedir las notas (que entonces se daban en conserjería y llamábamos ‘la pecera’) había poco menos que echar instancia, taparse los oídos y cerrar los ojos, del genio que se gastaba el gachó. Un malaje. In illo tempore, cuando todavía se hacía la mili, mejor era pedirle permiso al coronel que al sargento ‘chusquero’, más propenso al rapapolvo que a la comprensión. No digamos si las órdenes venían del cabo de renganche, había entonces que atarse los cabos. Pasa en todos los órdenes de la vida: quien nada es, quiere pasar por más; se torna malaje contoazumula. Caín era malaje y dejó la simiente: envidia y sangre. El malaje es cainita, taciturno y torvo, no merece sino desprecio y alejamiento para evitar su choque.
A esta gente, antipática y cruel, no hay modo de desactivarla; se vuelven contagiosos y patibularios. Son legión, viven en los sepulcros de Gerasa, y sólo buscan atormentar al prójimo ¡No lo permita el Nazareno! Al malaje hay que partirle la cara, al sieso descubrírsela y al que está reventao mandarlo al cesto del vigía. Cualquier consideración con esta gente es pérdida de tiempo y negocio extraviado. Un malaje tiene malasangre, disfruta haciendo daño de manera gratuita y tiene malasombra. Tener mal ángel es tanto como no tenerlo bueno y haber caído en manos del demonio: esaborío, desabrido y sin gracia. Este tipo de individuos, tan fastidiosos, son unos malasangre, porque disfrutan haciendo daño y tienen malos sentimientos ¡Que les den! a estos malauva que no tienen entrañas ni con los suyos; cuanto menos para los demás.
La primera vez que llegué a Jerez, me advirtieron contra un fulano, diciéndome que era un marrajo. Entendí que de esta gente tenía que guarecerme, tanto como ellos se esconden con su dañina intención de engañar de manera taimada. Para mí que un marrajo y un malaje son de la misma condición y no han de andar lejos de ser hijos de la rahez. ¡Dios me libre del malaje! Sólo digo que existen y son como la mala hierba, que salen por los rincones haciendo daño y regodeándose, además, de haberlo hecho. Cuidado con ellos, que, si se dieron en la historia, Nerón, Herodes, Hitler o Pol Pot, por ejemplo, no piense nadie que han desaparecido. Un malaje se filtra en los noticiarios, en los periódicos, en la tahona y hasta en tu casa. Tienen la capacidad camaleónica de colarse por los sitios con el disimulo de todos los colores. Un malaje se puede disfrazar, lo mismo de político que de ministro del Señor.
A un malaje no le duelen prendas porque, con tal de sacar provecho propio, tan capaz es de cargarse al amigo, al hermano como a la esposa. Un alcalde malaje sería una desgracia para cualquier metrópoli; un gobernador tal, un cataclismo para su jurisdicción; un ministro, un tsunami para el área correspondiente ¿Qué ocurriría entonces si esto mismo le sobreviniera -un poné- a toda una nación? Afortunadamente no nos pasará. El sistema democrático nunca permitiría que un malaje se instalara en tan alta dignidad.
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