Opinión
Carlos Navarro Antolín
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el poliedro
Aciertas alturas de un deseablemente dilatado curso de la existencia, casi cualquier persona ha hecho cosas que, mirando atrás por encima de su hombro, no se acaba de creer. O que le causan un cierto apuro retrospectivo, y hablaré por mí. En la profesión de profesor novato en la universidad y, por tanto, escasamente retribuido, es bastante común buscarse la vida "dando cursos". Casi de lo que hiciera falta, y hablaré por mí: en los noventa del XX afluían a España fondos de todo tipo a para la formación de posgrado, ocupacional o de cualquier otro nivel y asunto imaginable, gestionados por consejerías y concejalías, por patronales, sindicatos, cámaras de comercio, consultoras, nacientes universidades privadas (que los docentes de la pública, contratados por aquéllas, llamaban "La 2"). Por ejemplo, impartí varios años un curso de negociación para ya licenciados de diversa procedencia que buscaban un título en Comercio Internacional, algo por entonces muy novedoso y con futuro en un país que se abría definitivamente a la Unión Europea, que nace como tal el primer día de 1992, justo cuando España acaba de cerrar uno de los años más señalados de su historia contemporánea.
En aquel "módulo", la confederación de empresarios territorial, que subcontrataba a una consultora fija su enorme -y difícil de gastar-- presupuesto para formación, que emanaba de la ubérrima teta europea, propuse un programa. Se me aceptó. Con el tiempo, algunos alumnos -espero que, a la postre, no muy damnificados por aquel docente dilettante-, me han recordado en alguna barra de bar e incluso sudando en un gimnasio una frase que escogimos como jaculatoria y principio básico a la hora de negociar: "Suave con las personas, duro con el problema". Otras enseñanzas sobre cómo dirimir con otros eran reconocer los intereses (que pueden ser comunes, conflictivos o paralelos), generar alternativas de beneficio mutuo y alguna otra cosa que no recuerdo. Ah. Sí: "proceder independientemente de la confianza", cosa muy anglosajona y nórdica, mientras que aquí en el meridión europeo es bastante común que quien tiene la sartén por el mango se duela de la falta de confianza de otros en su persona, dolida después de tanto esfuerzo y generosidad por su parte: "Si para mí no quiero yo nada". Hablemos un párrafo sobre la sartén y el mango en negociaciones entre socios de distinto pelaje. Pongamos, el Gobierno, dividido como nunca antes en esta legislatura por mor de la llamada ley del sólo sí es sí, controvertida hasta el jirón. Objeto de una negociación interna de alto voltaje.
Ayer mismo, en la ubicación bastante prime que es la esquina izquierda superior de la edición digital de un diario que ha sabido emanciparse del pantano regional para erigirse en referente nacional -esa habilidad lo hace ir en vanguardia-, se leía: "Sánchez niega que la coalición de Gobierno corra peligro y reitera su confianza en Montero". Más allá de las técnicas de negociación, con el mencionado paso de los años y de la mano de cierto descreimiento, todo ello unido a la cantidad de seguridades dichas en vano por nuestro presidente, la frase debe ser interpretada, si no al revés de su estricto tenor, casi al revés: ["La coalición está hecha fosfatina con la ley de marras, y mi confianza en su promotora, la ministra de Igualdad, es cero patatero"]. Y es que quien lo asegura es la misma persona que aseguró que nunca se acostaría con Podemos. Bueno, en puridad dijo que no dormiría tranquilo aliándose con Podemos. No sólo en política, y cada vez más con el vocinglero e infinito altavoz de internet, uno debe interpretar toda expresión maximalista justo en el sentido contrario de la contundencia declarada. Los rotundos síes ocultan redondos noes, y viceversa.
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