Opinión
Carlos Navarro Antolín
El Rey brilla al defender lo obvio
Vivimos estos días las consecuencias de un largo proceso de deterioro de nuestra joven democracia que no alcanzo a imaginar a qué oscuros destinos nos puede conducir ni muchos menos, la de cosas que nos quedan aún por ver. Alguna -nueva para todos- es la de un mandatario que se retira a reflexionar si debe dimitir o no tras una lacrimosa y mediocre carta a la ciudadanía. Que se vaya o permanezca no es lo sustancial; lo es la terrible sustitución de la razón política por el estúpido juego de las emociones y la irracionalidad pasional con la que el progresismo español manipula la verdad. El relato dogmático que a modo argumentario repite el buen izquierdista es que existe una derecha y ultraderecha política, mediática, judicial y empresarial que niega la democracia y el mandato representativo de cualquiera que no sean ellos. Todo lo que signifique poner en cuestión la conducta del Presidente y su entorno, las políticas del gobierno y sus socios u opinar en libertad, es denunciado por esta tribu como mentira intolerable, bulo o delito de odio. Si lo publicado en digitales no les agrada, se convierten en medios fakes que deben ser exterminados. Como en el 1984 de Orwell, todos debemos amor al líder y lealtad incondicional. La catarsis histérica vivida en Ferraz este sábado, las lágrimas, las adhesiones inquebrantables, la auto victimización y la calificación de jauría al que no piensa como ellos es la antesala de una deriva feroz; hiperventilan con el viejo grito del no pasarán que vuelve a incendiar los corazones de quienes nunca vivieron una guerra dividiéndonos entre buenos y malos, decentes e indecentes, odiadores y víctimas. Tienen el gatillo fácil para señalar políticos, periodistas y jueces. Lo peor de todo es ver como tanta gente cae en la trampa de ese sentimentalismo idiota y perverso. Muy triste.
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