La Pasión olvidada (XXIX)

De nuevo, la rocalla. Pero ahora no toca hablar de Andrés Benítez, sino de otro maestro local de su época, Rodrigo de Alba. De él nos quedan las dos puertas interiores laterales del Sagrario de San Miguel, el retablo de Ánimas de San Marcos o el mayor de la capilla del Calvario. En 1783 contrata este último, el más tardío de los retablos barrocos jerezanos documentados y conservados. En la escritura de obligación se alude también a la realización de la decoración escultórica del mismo, como los relieves que adornan el arco que sirve de embocadura al camarín, además de la “medalla” del Descendimiento, que se haría como complemento del propio altar y que cuelga de uno de los lados del presbiterio.

En este conjunto se despliega una amplia iconografía pasionista vinculada de manera directa a la hermandad de la Piedad pues quedan representadas las distintas estaciones del Vía Crucis, una práctica devota que en la ciudad se desarrollaba siglos atrás a través de un recorrido que acababa precisamente en dicha capilla. A lo largo del arco se disponen doce escenas, desde la condena de Jesús a su muerte, así como la Soledad de la Virgen. Las dos estaciones que faltan, la bajada de la Cruz y el entierro de Cristo, que eran representadas en la calle por la cofradía, quedan plasmadas mediante el referido medallón y la imagen yacente que preside el altar dentro de su urna.

En el Descendimiento se observa la intervención de un escultor más refinado que en el resto de relieves, resultando muy cercano a la gubia de Jacome Vacaro. Tres personajes masculinos de agitados mantos bajan al Redentor. Abajo, San Juan, la Magdalena y María se disponen a recibir su cuerpo. Al lado, una santa mujer se oculta el rostro en gesto de dolor. Con el marco rococó tallado por Alba, vigoroso y asimétrico, se logró realzar esta dramática composición.