José Manuel Moreno Arana

La Pasión olvidada (XXX)

01 de abril 2025 - 03:06

En dependencias de la Basílica de la Merced se ubica la Dolorosa que hoy merece nuestra atención. De medio cuerpo y asentada sobre una base de nubes, presenta una sencilla pero eficaz composición en la cual sobresalen los discretos movimientos contrapuestos de la expresiva cabeza y sus manos entrelazadas en actitud de oración. Combina varios materiales: la vestimenta se conforma de telas encoladas; las manos, de madera; y la cabeza, tal vez de terracota. La policromía, que parece rehecha en el último tercio del siglo XVIII, resulta sobria, sólo animada por los ribetes dorados del manto. Una elegante ráfaga de orfebrería con el anagrama coronado de María, aparentemente de la misma época, corona la imagen.

Estas representaciones marianas, de busto o medio cuerpo, solas o a juego con tallas del Ecce Homo, se popularizaron en el barroco andaluz, de manera especial en ámbitos granadinos y malagueños, aunque también se dan dentro de la escuela sevillana. En origen, tuvieron uso frecuente como piezas devocionales destinadas a oratorios domésticos, si bien, como podría ser el caso que nos ocupa, terminarían siendo donadas a templos o conventos.

Desde un punto de vista formal, a pesar de tratarse de una tipología iconográfica rara en el contexto jerezano, no se encuentra muy distante de las creaciones de los talleres locales del Setecientos. En concreto, puede vincularse con la producción de Diego Manuel Felices de Molina (h. 1659-1737), un oscuro artista que compaginó su vocación de escultor con su condición de sacerdote. En este sentido, esta obra comparte con su documentada Virgen de las Angustias de San Dionisio o la atribuida, y más alterada, del Perpetuo Socorro de la hermandad del Perdón un modelo físico semejante. Por tanto, esta Dolorosa constituye uno de los pocos ejemplos relacionables con este imaginero singular.

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