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Desde la espadaña
¡ah si Solón o Clístenes levantaran la cabeza! Somos súbditos antes que ciudadanos. Los gobernantes se olvidan de nosotros. Cada poco nos tienen echando la papeleta, como si ello fuera la expresión máxima de libertad. Quizá sea literal que nos meten en la urna ‘con su muertecito dentro’. Ejercemos el derecho de sufragio y a continuación celebran los sufragios exequiales por los votantes. Los partidos le han quitado el sentido a la verdadera participación ciudadana y nos han relegado a un número necesario a la vez que prescindible.
La participación en lo público está en precario si sólo se limita a cada cuatro años mal contados. Debería ser de ciudadanos más que de partidos, que sólo son instrumentos, si se quiere, del verdadero fin. Tal es así que los intereses de los grupos políticos nos tienen a todos encabronados y bufando. La sectarización, las consignas y la falta de debate se deja ver en cada actuación penosa de los voceros oficiales del régimen, capaces de justificar las mayores tropelías sin que se les manche el bigote de vergüenza. El sistema democrático (del que recelaba el mismísimo Aristóteles) debe aceptar la oposición con respeto y tolerancia; mientras aquí sólo existe la consigna de machacarla. Bien vamos.
No se permiten ni propuestas ni revocación de leyes manifiestamente injustas, verbi gratia: si es si, trans, amnistía o la de okupas. La reciprocidad no existe y el consenso se hace con grupúsculos extorsionantes que deliberadamente dejan en la cuneta a otra inmensa mayoría. Se permiten romper el respeto a la legalidad, o adaptar la legalidad a su falta de respeto, produciéndose tal sensación de indefensión que pa qué te cuento.
Se siente uno divorciado (con permiso de los que ejercen este legítimo estado) de la legalidad y con ganas de tomarse la justicia por su mano, que no es mi caso. Pero es claro que la revolución social se está produciendo enmascaradamente y la democracia adoleciendo de una mano que la pueda mantener en su sitio sin contradicción de lo que ella misma proclama, que es el respeto.
Qué gran contrariedad que el orden constitucional entre en el desafuero de la arbitrariedad ideológica y sea el derecho zurdo. Los equilibrios se pierden cada día y la virtud (¿qué es eso?) democrática desaparece con el emborronamiento de todo. Llevaba razón quien afirmó que la democracia es un mal menor. Sería deseable que no se convirtiera en una perversión.
De seguir así no faltaría mucho; cabría limitar más la capacidad de los gobernantes, sobre todo de quienes tienen tendencia psicópata y abusiva, que no faltan. Te descuidas y aparece un YO que se olvida del Nosotros. Contrástese con la historia reciente. Visto está que la democracia es imperfecta y que el gobierno de los mejores no es sino una utopía lejana e inalcanzable. El régimen democrático, que teóricamente pretende hacernos partícipes a todos, se ve cada vez más amenazado por el totalitarismo. Échate las manos a la cabeza si te asomas al mundo y, bajo el pretexto de revolución popular, compruebas cómo se están cargando la democracia. No son pocos los países que ya lo sufren. El pueblo, como slogan, es una caja de sastre donde cabe todo. Y si el pueblo consiente, peor.
He ahí la paradoja: cuanto más se utiliza el nombre del pueblo, menos puede expresarse éste y más sufre el totalitarismo manipulador ¡cuidado! Los populismos se instalan con mucha facilidad, como estamos viendo, y en el nombre de la ciudadanía se conculcan los derechos fundamentales que constituyen la verdadera esencia de la democracia ¿Hay control parlamentario? ¿Se respetan las leyes y a quienes las aplican? ¿Se mantiene con pulcritud la separación de poderes más allá de la última declaración de Isabel Perelló? ¿Es objetivo el gobernador del Banco de España habiendo sido ministro? ¿Quién controla el CIS o el Tribunal de Cuentas? ¿Quiénes dirigen el Consejo de Estado, el CGPJ y la Fiscalía del Estado? ¿Quién el Constitucional? ¿Quién Indra, quién RENFE, Hispasat, EFE, Paradores, Correos…Quién? Preguntas básicas para discernir el modelo en el que nos encontramos.
Véase, por tanto. La democracia española tiene síntomas de inanición desde el momento en que los intereses partidistas permiten la desmembración del Estado o la imposibilidad de ejercer el derecho al idioma oficial en todas sus (todavía) regiones. Cuando el paradigma oficial está al servicio del poder y no de los ciudadanos, éstos pasan a ser escusa, si acaso, y medio, sólo medio, del poder más obsceno y manipulador. La falta de diálogo democrático y la descalificación constante hacia quien no participa del pensamiento único nos está llevando a la peligrosísima idea de que sólo un partido es el que tiene que existir. Huele a la antigua CCCP. Bajo el pretexto ¡que no entren los fachas! va a entrar el pensamiento único, la propaganda Woke, la jerarquía del partido y la descalificación de las personas.
No es una broma lo que estamos viviendo, la democracia está en juego y las personas a un tris de perder la libertad bajo el ojo controlador del Gran Hermano. Ya no será un entretenimiento de televisión más o menos execrable; será una realidad impuesta sin otro premio que el de la supervivencia más elemental. La economía de libre mercado, más allá del Lamborghini, quedará bajo control, los movimientos de libre paseo bajo control, el amor bajo control, y, por supuesto, la conciencia bajo la revisión moral del microchip que te implanten con el lavado de cerebro pertinente. Un paraíso que se acerca a pasos agigantados en nombre de la libertad, del pueblo y sus monsergas. Palabras no faltan y las ideologías las saben esgrimir a pedir de boca. No sólo lo digo yo, hace poco Ignacio Sánchez Cámara también lo escribía: “Es difícil predecir en qué momento concreto España dejará de ser una democracia. Acaso lo haya dejado de ser ya”. Page y Lambán son espejismos en la noche.
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