
Santiago Cordero
Sin palabras
La Crestería
Miércoles Santo. Una vez finalizada la misa de hermandad, en la iglesia de Santiago sonaban los pitos rocieros junto al tamboril. Aires rocieros invadían las bóvedas del viejo templo gótico mientras que el semblante de Jesús del Prendimiento se grababa en mi memoria a fuego mientras se encontraba sobre sus andas doradas. Una niña bordaba su ofrenda musical y rociera nada menos que al Señor de Santiago. Y no le temblaban las manos mientras sujetaba el flautín ni dudaba a la hora de golpear el pache con la baqueta. Pablo Espejo nos había devuelto al rango clásico del exorno floral de un paso de toda la vida. Claveles blancos para ese palio que vale un imperio entero y claveles sangre de toro para el Rey de Reyes que habita en el barrio gitano. Claveles que no podían estar mejor puestos en las piñas. Todas las miradas se clavaban en los ojos del Prendimiento en una mañana ciertamente fresquita pero que presagiaba ya una jornada para enmarcar. Era el día del Prendimiento. El Señor. Esa imagen que tiene un halo tan especial que solo es comparable con una perla refulgente capaz de tapar al resto de una jornada de cofradías.
Seguimos en el Miércoles Santo. Calle Medina. El verde de las copiosas copas de la arboleda se mezclaba en la lejanía con los azules de los capirotes chatos de los nazarenos de la Amargura. Azul por calle Medina de terciopelo elegante en un largo cortejo. El barco de la Sagrada Flagelación avanzaba para darle paso a ese capricho con techo color aguamarina. La banda de la Caridad, jerezana hasta los tuétanos, perfecta con sus tormentas alaridas. Y la Amargura… Tan bella y tan señoreada, navegando por su calle cuando la tarde caía y su semblante de transformaba en un marfil macilento por la pena que llevaba. Vaya palio, vaya Virgen y vaya luz. Y todo fue mientras sonaba ‘Virgen de los Estudiantes’ de Abel Moreno.
Fueron dos perlas del Miércoles Santo. Dos estrellas que irradiaban la luz de todo un día para el recuerdo. El Señor del Prendimiento con su túnica burdeos y la Virgen de la Amargura bajo su maravilloso palio azul Medina color aguamarina. Con tan solo esto, ya mereció no un Miércoles Santo, sino toda una Semana Santa. O un imperio.
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