El parqué
Caídas ligeras
Desde la espadaña
Toma los pinceles del espíritu, la paleta del corazón y el caballete del alma. Pon en tus manos alas de imaginación y en tu pecho respiración de nueva criatura. Tienes que plasmar en el lienzo tu indeleble mirada. Vete de inmediato al zaguán de tus recuerdos, sube las escalinatas de los deseos y trepa hasta la tribuna de las nubes. Pinta la Navidad con palabras, yo te ayudo: belén, nochebuena, nacimiento, portal. Cuatro son suficientes para empezar. Ya tienes el aderezo primordial. Ponle sonrisa, que es el mejor de los adornos navideños; un poquito de leña al hogar, que caliente casa y familia; una estrella, que rompa la fatalidad; y amor, y un yersi para la nieve, que es blanca, blanca y fría, muy fría. Cuélgale luces a la noche que se resiste, nubes de algodón y salmodia bendita con los ángeles que cantan en los cielos ¡Gloria in excelsis Deo!, no puede faltar. Ya está, ahora pinta en silencio la magia de la Navidad. La Navidad es silenciosa ¿no la oyes? ¿la sientes? ¿la sabes? ¿la crees? ‘sshhh…’ silencio, por favor ¡su presencia hace que todo sea tan hermoso!
El corazón late más fuerte y las miradas se amansan en el regazo de la paz. Oye el viento musitando palabras por entre las ramas del acebo, un lábil sonido que silba, a compás del corazón, lo que quieres escuchar: ‘Jingle Bells’ mientras tú, divertido por la nieve, montas feliz en un hermosísimo trineo de caballos. Un repique de campanas anuncia el nacimiento y convoca a admirar el rosicler, unos ojos entre pajas que traslucen, como soles, la esperanza.
Hay una madre haciendo pestiños en el patio, sillas alrededor y el ropo-pon-pon de un tamborilero acercándose por el camino de Belén…suena la zambomba, suena el almirez. ¡Chiquillo, que no se diga!... ¡qué jechuras tiene el niño!... y un baile por bulerías en medio de aquel jolgorio. Se para el tiempo y eres lo que quieres ser, porque la Navidad redime los fantasmas buenos de la infancia, los ensoñamientos del último beso que una madre da al apagar la luz del cuarto. Lleva la Navidad la pareidolia para nuestra supervivencia: y aparecen caras en las nubes, juguetes en los colores de los atardeceres y sueños perfectos de aventuras incalculables. Todo es posible en ese lienzo abierto de idílicos paisajes e increíble hermosura: cedros, renos, nieve, luces, muchísimas luces que alumbran el bosque para que no se puedan ocultar alimañas feroces ni sabandija alguna; sólo hay brujas buenas, caminos seguros y cabañas de chocolate. Edén de reconciliación perfecta donde las criaturas hablan, se entienden y conviven.
Un paseo por el huerto, al lado de hacedor, conversando con Él de la mano, sin palabras, en silencio, al compás del corazón. “El lobo y el cordero pastarán juntos, y el león, como el buey, comerá paja, y para la serpiente el polvo será su alimento. No harán mal ni dañarán en todo Mi santo monte” Navidad lleva impreso el jardín de las delicias, el árbol de la vida junto a cerezas, uvas y madroños “…al niño no le des más que con los madroños se va a emborrachar”. Todo alrededor de una misma mesa, al calor del brasero y el canto de villancicos: “Que sí, que no, María se llama la Madre de Dios”. Alrededor de la madre, que, como gallina con sus polluelos, no deja de sacar delicias de la cocina: pastas de anís, buñuelos, polvorones, y un licorcito añejo guardado en el fondo de la alacena. ¡Alegría, alegría y placer porque va a nacer el Niño en el portal de Belén! ¡Por lo más alto del cielo se pasea una doncella, toda vestida de oro, toda la Gloria va en ella! Entonces, la Nochebuena acontece como aurora, radiante bajo el signo de una estrella que convoca al mundo desde todas la latitudes y condiciones: “Noche de Dios, noche de paz; / claro sol brilla ya”. “Nos ha nacido un niño; un hijo se nos dio; / hoy brilla la esperanza de nuestra salvación”. A lo lejos se oye el repique de campanas que anuncian el nacimiento de una aurora. Es la hora de Misa del gallo, a la medianoche; y de la mesa a la misa se va de la mano, porque toca pregonar la venida del Señor.
Qué bello es ver a la familia, juntos de la mano, camino de la Iglesia, a pesar del frío, con el calor de la fe. Todos unidos en el mismo banco, exhalando quizá el vaho del invierno, satisfechos de haber llegado allí, al portal de la fe para adorar a un niño, como lo hicieran los pastores, hace tantos siglos, siendo los más humildes y destituidos de la ciudad ¿Acaso no es el tiempo de reivindicar la importancia de los insignificantes? ¡Alzad la cabeza! Bienaventurados los pobres en el espíritu porque vuestro es el Reino de los cielos.
La Navidad es la investidura de los destituidos, los derrocados, los medio pelo, los exiliados, los casi nada, los nadie; es el pesebre de los hambrientos y la cuna de los inocentes, el trono de los destronados y la inversión de valores presentes. Tocan las campanas sabiendo que ha nacido un vástago de esperanza en cada niño que dejan nacer. No hay más luz que la de saber que el Todopoderoso se hace bebé dependiente, sin otro apoyo que el regazo de quien le acoge y arrulla. Junto a los animales de la creación, en medio de la noche, rodeado de pobreza y rico amor maternal, adorado por el silencio de los hombres, más allá de los muros protectores, Dios ha venido a nosotros con los únicos argumentos que se necesitan para ser verdad: ¡Navidad!
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