El parqué
Caídas ligeras
Seguimos en el barrio del arcángel. En la propia calle San Miguel, en concreto en el número 11, sorprende otra portada que podríamos fechar hacia el segundo tercio del Seiscientos. Vuelve a partir de esquemas anteriores pero se sigue avanzando dentro de la tendencia barroca. De este modo, las orejetas adquieren mayor movimiento y dimensiones dibujando un ritmo zigzagueante que se aprovecha para encajar en el centro un escudo nobiliario, hoy perdido lamentablemente, y a los lados relieves con jugosos y naturalistas motivos vegetales y frutales. Se juega además con distintos soportes, combinándose esbeltas pilastras coronadas por las todavía imprescindibles ménsulas manieristas con otras mayores del vistoso orden corintio.
La vecina torre-fachada la parroquia de San Miguel, trazada e iniciada por Diego Moreno Meléndez en 1675, tuvo cierta trascendencia en la ciudad. Hacia finales del siglo XVII o muy principios del XVIII, serviría de indudable modelo para la portada de la iglesia de la Compañía, en su decoración abigarrada y plana adaptada a la piedra de la Sierra de San Cristóbal, o para la puerta del Rosario de Santo Domingo, en su composición y algunos pormenores, como el uso del almohadillado o una inconfundible moldura serpenteante para el enmarque del vano de la puerta. Detalles, estos últimos, presentes juntos o por separado en algunas portadas civiles jerezanas que serían construidas por aquel tiempo, caso de la de la casa número 7 de la plaza San Juan, en el solar del medieval Hospital de la Natividad, articulada por severas medias columnas dóricas y donde dicha moldura se alterna con escuetos toques vegetales; o como la de la plaza Basurto 7, con llamativas pilastras almohadilladas e integrada en una fachada moderna, siendo el único resto de una vivienda, como tantas otras, con una historia por describir.
También te puede interesar
El parqué
Caídas ligeras
Desde la espadaña
Pintar la Navidad
Desde la ciudad olvidada
Navidad genovesa
Tribuna Económica
José Ignacio Castillo Manzano
La financiación autonómica, ¿Guadiana o Rubicón?