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SI Diego Moreno Meléndez y la torre-fachada de San Miguel tuvieron su impacto en las portadas de finales del siglo XVII y principios del XVIII, en las siguientes décadas la influencia pudo llegar desde las dos obras más relevantes de aquellos años: la Colegial y el Sagrario de la misma parroquia de San Miguel.
En las puertas de la Encarnación y la Visitación de la primera pero, de manera especial, en las interiores y exteriores de la segunda se observa cómo la moldura que hasta ahora hemos visto enmarcando el vano de entrada adquiere un diseño mucho más complejo y quebrado. Es lo que la historiografía ha bautizado como moldura mixtilínea, elemento representativo de la arquitectura dieciochesca
Queda aún mucho por investigar en el campo de la casa local de este momento y, sobre todo, en los ejemplares menos monumentales, aquéllos que nos interesan en este recorrido artístico. Sin embargo, aunque haya muchas lagunas documentales, todo parece indicar que, en gran medida, la portada con moldura mixtilínea va a pasar del ámbito religioso al doméstico a lo largo de la segunda mitad del XVIII, coincidiendo con una etapa de significativo desarrollo arquitectónico de lo civil.
Partiendo sólo de un punto de vista formal, se puede establecer, no obstante, una cierta evolución. Podríamos acercarnos al 26 de la calle Francos. En un edificio muy reformado en la Edad Contemporánea queda su portada con sucinta decoración de hoja de acanto, típica del segundo cuarto del Setecientos. Igualmente, aparecen otros elementos habituales, como las pilastras cajeadas, otra seña de identidad de la época. No muy lejos, junto a Plateros, en Basantes 6, en una fachada menos alterada, sobresale otra muestra similar, que ahora incluye cabezas de serafines y una concha entre roleos vegetales. La rocalla, propia del último Barroco, aún está ausente.
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