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La semana pasada se cumplieron cien años de la publicación del poema de Rafael Alberti “Marinero en tierra” (“… Si mi voz muriera en tierra/ llevadla al nivel del mar/ y dejadla en la ribera…”). Y este año se cumplen ya 25 de su muerte.
Rafael se reía hasta de sí mismo (“… ¿Quién aquel? ¡El tonto de Rafael!...”) Su muerte estaba prevista antes, pero aguantó un ingreso bastante largo en el hospital. Recuerdo la puerta rodeada de unidades móviles de tv, que se fueron yendo poco a poco. Murió sin avisar, ya en su casa. Se convocó pleno extraordinario en el ayuntamiento para declarar luto oficial y el PP – oportunista, cómo no - propuso que el teatro municipal, entonces en construcción, se llamara Rafael Alberti, lo que se aprobó por unanimidad. Solo ocho años después, en 2007, aprovechando su mayoría, en la inauguración bautizaron al teatro como Muñoz Seca. Este sí que era de los suyos y Rafael ya daba igual. Oportunismo doble.
A Rafael se le hizo el acto de despedida en el Monasterio de la Victoria con autoridades y bastantes famosos presentes. Discursos que oscilaban entre lo lírico bucólico y el homenaje sentido de admiración por su vida completa. A la derecha siempre le interesó subrayar el Rafael de la concordia – que fue real – olvidando siempre su compromiso político de izquierdas. Al fondo del salón estaban los militantes y las juventudes del partido de siempre de Rafael (PCE) enarbolando sus banderas y su emoción. Hoy, entre tanta formalidad y miradas por encima del hombro, quizás se les llamaría perroflautas. Al final, intervino Aitana, su hija, quien con voz clara, rotunda y desgarrada a la vez por la emoción, dijo señalando al fondo: “¡Esas eran las banderas de mi padre!”. Yo estuve allí.
Recordemos a Rafael por su obra y por su trayectoria. Siempre estuvo claro cuáles fueron sus banderas.
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