Felipe Ortuno M.

Rapidez y consumo

Desde la espadaña

07 de agosto 2024 - 03:05

Vivimos en una sociedad rápida y corrida, como si todo tuviera que ser orgásmico a un tiempo: satisfacción plena y dejadez del instante una vez concluida la faena. Todo como en el acto primario, como primates en erección temporal reproductiva. Cada cual a lo suyo, en busca del placer inmediato, sin más pensamiento que el de la cabeza del prepucio.

Una sociedad erotizada en lo consumible, en todos los terrenos, más allá de cualquier responsabilidad que lleve a un tiempo superior al del goce del momento, no puede prosperar en el ranquin competitivo que requiere del mucho trabajo y no menor esfuerzo. Hic et Nunc. Aquí y ahora. Una demora de cualquier objetivo se volvería contraproducente.

El ‘me gusta’ como criterio se ha superpuesto a cualquier acto de la voluntad, de convencimiento o de ideales. Ya no se valora el esfuerzo necesario para la consecución de un fin; al contrario, el largo recorrido, que hasta ahora se veía como imprescindible para la obtención de un bien, se le quiere atajar a toda costa: quiero esto, y ha de ser ahora; de lo contrario me frustro. Y ya no hay capacidad de renuncia para levantarse.

La teta ha de estar dispuesta en todo momento para el hombre hodierno, no vaya a incurrir en llanto traumático y existencial. Pedir sacrificio, renuncia y esfuerzo se ha convertido en estratosférico ¿De qué me hablas? Más allá del orgasmo de diez segundos, pizca más o menos, no tiene sentido otra cosa. Así estamos: enganchados a las concesiones estatales; subvencionados al ‘rodeo que va dando la cadena’; dependientes voluntarios del ramal que impone el papá estado a todo el que se deja someter por el paternalismo (“panem et circenses”) al que nos tienen acostumbrados.

Pasa con todo, lo mismo en los planes de enseñanza que en el matrimonio, lo mismo con los niños que con los talluditos, tanto en una ideología como en otra, sin diferencia, más allá del concepto de impuestos que cada cual entiende a su manera sin rebajar ninguno. Todo se tramita en el campo de las sensaciones, como si ellas fueran el único acceso al conocimiento real.

El ‘me parece, me gusta y siento’ se han establecido como rectores interpretativos de la sociedad, la hermenéutica desde donde se analiza todo. Los movimientos sensuales se están adueñando de la persona y de las estructuras. De tal manera que el éxito o fracaso de las cosas se miden ahora por los escalofríos que se producen en la piel antes que por el proceso racional del esfuerzo y la verdad. Tal o cual cosa son verdad en la medida en que me hacen sentir bien. Y así pasa en lo político como en lo religioso.

La sensorialidad se ha adueñado del mundo y suplantado a la razón. En religión, por ejemplo, triunfan los movimientos afectivos antes que la ascética, tan áspera, pero que hizo a los creyentes valerosos en su reciedumbre y conquista de sí mismos. Otro tanto diría de la política cuando ésta se alimenta de líderes carismáticos más que de programas serios de trabajo.

La inmediatez del escalofrío cuenta más que la pausa del análisis; el sentimiento del corazón dicta a la cabeza; el gusto importa más que la alimentación, la sopa boba más que los nutrientes esenciales. Ocurre también en el ámbito privado: los matrimonios se componen de yoes yuxtapuestos que funcionan mientras dura la apetencia (‘se acabó el amor de tanto usarlo’ que cantaba la Jurado). De la noche a la mañana ‘ya no siento nada’ y se acabó, como niños caprichosos incapaces de renunciar al caramelo de la feria. Basta con ir al psicólogo y que te diga: ‘sé tú mismo’. Pelillos a la mar y que Dios reparta suerte. ¿Este es el espíritu? ¿Hasta aquí hemos llegado? ¿Para esto hacía falta tanta alforja? ¡Pamplinas!

Necesitamos sensaciones instantáneas porque no podemos permanecer ni un segundo sin mirar el teléfono de nuestro ombligo. Todo debe ser “ahora”. La necesidad pareciera que se ha convertido es un patrimonio universal difícil de contradecir. Nadie quiere pausa. Si algo exige más de 10 segundos para impactarnos, según las técnicas comerciales, queda descartado de interés. Nos hemos convertido en apisonadoras del tiempo si este no nos ofrece el disfrute inmediato ¡Ya!: o me produce sensación o no vale. Genitalismo a tope. Es lo que hay en el Shopping de las redes, puras sensaciones.

La fisiología se ha adueñado del hombre y lo que llamábamos cultura espiritual y trascendente ha quedado a la altura del betún. Todo ha de ser táctil, visual y auditivo. No es que yo esté en contra de lo carnal (en cuyo caso renegaría de mis convicciones) sino de la monolítica manera de ver al hombre, de ese reduccionismo al que se le quiere someter para domeñarlo, achicarlo al instinto primario, que es el lugar de las mayores esclavitudes existenciales.

¿No estarán los poderes establecidos, (situados siempre en la idolatría) pretendiendo instaurar el reino de la facilidad sensual ¡tan afectiva!? ¿Precisamente para controlar mejor a ese ser tan extraordinariamente racional que fue capaz de llegar hasta aquí con todo lo que somos y tenemos? Nosotros mismos conspirando contra la propia esencia humana, comprimiendo, constriñendo, achicándola, hasta dejarla hecha un guiñapo de carne macilenta y sangre derramada ¡Rápido, consume, siente!... y tendrás un tesoro en el cuerpo. Así nos va.

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