El parqué
Álvaro Romero
Descensos moderados
La Rotonda
España sufre dos graves contratiempos: un Gobierno endeble y mezquino que amontona descalabros, el Constitucional le acaba de propinar el último al revocar el estado de alarma, y una terrible pandemia que rebrota. La situación, en general, es de inseguridad, de caos normativo y jurídico, por la actitud dolosa del Ejecutivo central, por la irresponsabilidad punible de una parte de la población joven, por la prevalencia de insensatos intereses economicistas y por los fallos contradictorios de distintos tribunales superiores de justicia. Improvisación, confusión y farsa política marcan la pauta en este verano plagado de titulares deprimentes, en el que los indicadores de pobreza se sitúan en los niveles de la gran recesión de 2008. Motivos que inducen a una urgente y profunda reflexión, aunque, como decía el célebre escritor italiano Alberto Moravia, "curiosamente, los votantes no se sienten responsables de los fracasos del Gobierno que han votado".
A Pedro Sánchez, timonero de este barco sin rumbo, le pudo el pánico. La insólita remodelación del Gobierno que, según dijo un día antes, no estaba entre sus prioridades, representa un esperpéntico derrumbe gubernamental, el tácito reconocimiento de su propio naufragio como presidente. No existe ni un solo dato objetivo que permita aventurar una rectificación de las políticas erróneas que enervan el Estado de derecho. Sánchez ha sustituido ministros conocidos, tan quemados como casi todos los que continúan, por otros más bisoños que sólo garantizan su adhesión inquebrantable a quien les ha engordado el currículum y la futura pensión con un departamento ministerial. El indicativo del percal lo dio la nueva portavoz y titular de Política Territorial, Isabel Rodríguez, en su primera comparecencia, cuando al preguntarle sobre la dictadura cubana, oteó el oscuro callejón de Podemos y respondió que "España es una democracia plena". Le faltó añadir que, al menos, mientras Sánchez sea presidente.
De nada sirve continuar con el frenesí especulativo sobre la remodelación del Gobierno. Esto va muy deprisa y lo más importante está siempre por llegar. Iván Redondo, el más influyente director del Gabinete presidencial que haya pasado por La Moncloa, Carmen Calvo, José Luis Ábalos, Juan Carlos Campo y demás caídos son ya pasto del olvido, forman parte del reguero de cadáveres que Pedro Sánchez, un político implacable en permanente mutación, va dejando a su paso por el poder. Al igual que, en menor medida, hiciera Zapatero, ha señalado como culpables a sus más cercanos sicarios. Quedan 30 meses de legislatura. Podemos y los grupos secesionistas garantizan su estancia en el Gobierno y los fondos europeos le aportarán oxígeno, pero las encuestas a la contra, la impopularidad de medidas como los indultos, la inoperancia ante la pandemia y los desastrosos resultados electorales en Andalucía, Galicia, País Vasco y Madrid han fortalecido a los barones díscolos. Para Sánchez, España es lo de menos, así que ha girado hacia el partido, del que depende su continuidad, y se dispone a laminar al incipiente sector crítico. Se equivocaba un emblemático líder socialista, ya desaparecido, cuando me decía que "el PSOE se pule en la controversia y nunca podrá ser dirigido por un autócrata".
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