Opinión
Carlos Navarro Antolín
El Rey brilla al defender lo obvio
Desde tiempos inmemoriales se quemaron muchas brujas, básicamente porque eran brujas, no brujos. Los brujos suelen vestir ropajes y anillos más pomposos. El caso es que los juegos olímpicos de París 2024 han enfadado a una parte del mundo muy fervorosa. La jodienda empezó en la jornada inaugural y dicho sea de paso empezaron confundiendo la velocidad con el tocino, los guiños a la cultura griega con la cristiana, en fin que se confundieron de cuadro y de pintor.
Esa misma horda, llena de fervor divino, ya empieza a tolerar algunas cosas siempre y cuando ganemos medallas. Sin ir más lejos en plan doméstico cada vez nos duele menos la orientación sexual de la jugadoras de fútbol femenino, eso sí, como no ganen, que se preparen.
Que los negros y negras compitan por España, hayan nacido en USA o, lo que es peor, en cualquier país africano ya lo toleramos. Incluso en esta última Eurocopa hemos llegado a entender que un negro puede ser navarro y un moro puede ser catalán de nacimiento. Ni que decir tiene, pero por si acaso, que lo de negro y o de moro no es peyorativo, sino todo lo contrario.
Pero lo de la costilla de Adán todavía lo llevamos regular, o todos somos gente muy instruida, médicos, biólogos, o mejor aún, somos dioses y decidimos quién es hombre y quién mujer. Partiendo de la base, desde un punto de vista religioso y cultural, de que en Argelia una persona transexual, a fecha de hoy, no podría representar a su país en ningún evento, más bien no sabría decir si pudiera existir. Lo de la boxeadora argelina y su lapidación pública viene a demostrar que la tolerancia en estos tiempos está en claro retroceso.
Como no podía ser de otra forma, el demonio tiene que tener cara de mujer, Imane Khelif, da igual cómo haya nacido, da igual lo que diga la ciencia, ya ha sido juzgada y condenada por una parte muy fundamentalista y fervorosa de la sociedad mundial y ante eso no existe argumentación científica que valga.
Si encima el diablo le sirve al político o política de turno para inflamar a sus hordas, apaga y vámonos. Cuando se unen Dios y el César no hay nada que hacer salvo que Dios en última instancia, en su magnanimidad y amor, permita que otra mujer le derrote en el cuadrilátero. Así se hará justicia divina y por enésima vez sabremos leer los reglones torcidos de dios.
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