Felipe Ortuno M.

Resurrección en el cuerpo histórico

Desde la espadaña

La Iglesia es un cuerpo: tiene miembros y alma. Si sólo tuviese músculo sería un tractor, maquinaria perfecta para el tiro y el empuje. La Iglesia, que es asamblea, tiene estructura, como la tiene el cuerpo, como la tiene el alma. De otro modo, iría cada parte por su lado, como pollo sin cabeza. Cuando alguien dice: me gusta que tenga espíritu, es tanto como decir que te gustan los gatos con cuerpo de gato. No podría ser de otra manera. Si al alma le quitas el cuerpo, también le quitas al cuerpo el alma. No van independientes, no van por su cuenta. La idea maniquea de que la Iglesia es sólo espiritual es tanto como decir que Jesús de Nazaret no tiene carne. No hay cuerpo por un lado y espíritu por otro.

Cuando algún insensato dice haber entendido el espíritu de la Iglesia se parece a ese otro necio que cree haber entendido el espíritu del Concilio. Como si el uno fuera al margen del otro. Los espirituales se evaporan y los materialistas se embarran. La antropología judía, de la que dimana la cristiana, siempre tuvo claro la unión esencial y existencial: que la carne (Basar) y el espíritu (Nefesh-Ruah) son una sola cosa, son el hombre indisoluble que deriva con Pablo en Soma-Sarx y Psyjé-Pneuma, persona plena y redimida. Por más que los griegos influenciaran con su platonismo, los cristianos siempre tuvieron claro esa indisoluble unidad del hombre.

Desde la encarnación no cabe una idea etérea de Dios, ni una idealización hegeliana que tanto daño ha hecho en la historia de las ideas. Para un cristiano no hay alma sin cuerpo. Se oye por los mentideros ideológicos que nosotros sólo salvamos el alma, como si el cuerpo fuera un detritus desechable de la creación. No. La resurrección lleva cuerpo, aunque el corpúsculo del ahora no se identifique con la materia trasformada a la que aspiramos. Pero cuerpo hay siempre. Esa corriente malsana de querer poner a la Iglesia más allá de los hombres, como si de una gasa fantasmal se tratase, más allá del cuerpo, sólo en espíritu, es ocurrencia de quienes quieren mancillar la materia, justificar sus tropelías y desenganchar su compromiso con la historia.

Iglesia es historia como hombre es camino; Iglesia es polvo como el hombre es límite; Iglesia tiene piernas tanto como alas; Iglesia es humanidad llamada a ir más alto, pero humanidad plena, cuerpo mortal y carne venidera. Le pese a quien le pese. A los más espirituales porque se quieren escaquear de la historia, y a los materialistas porque rehúyen la fundamentación del cielo. Los unos y los otros. Un cristiano es Iglesia en la historia, es materia y soplo del espíritu; pero de ningún modo un animal sin trascendencia, de ningún modo un trascendente sin organismo. Esto que parece un juego caprichoso del lenguaje, tiene consecuencias políticas. Sobre todo, para quienes quieren apartar a la Iglesia de su tarea histórica en el desarrollo material de los pueblos.

La Iglesia no es un ente ideológico nacido del parto del Olimpo. Es el cuerpo vivo de quienes confiesan su fe en el seguimiento del Jesus-Xristo vivo y resucitado en cuerpo, presente y futuro de quienes se saben portadores de un mundo creado y reconciliado por Dios. La Iglesia participa de las contradicciones del ser humano, de su composición corporal y espiritual, de sus avances tanto como de sus retrocesos; pero es cuerpo visible que lleva a lo invisible. Participa de la organización del hombre, de su reconciliación consigo mismo como del encuentro con los demás, de la creación del nuevo mundo y de la lucha por la armonía con todo lo creado: hombre con hombre, hombre con animales y hombre con ecología. Todo le importa y en todo está llamada a implicarse. Precisamente porque tiene cuerpo, porque no se concebiría sino dentro de la creación universal que somos.

Las corrientes políticas e ideológicas que luchan por desestimarla en el proceso dialéctico de la historia están suponiendo que la tarea eclesial se ha de limitar a la confesión privada y escondida de la fe. Nada de eso. Ni el cristiano debe estar escondido en su credo, ni la Iglesia se reduce a la celebración litúrgica de la Catedral. La Iglesia, asamblea de confesantes en Jesús de Nazaret, es calle y vida, es albañilería y cartabón, es barro y cemento, es camino y polvo de hombre, es humanidad comprometida en una búsqueda constante de nueva humanidad. Quienes quieren reducirla al ámbito privado, son aquellos que se sienten descubiertos por su denuncia, quienes, en nombre de la ideología, tapan sus haberes sin instancias críticas que les descubran.

Así está ocurriendo con los materialismos actuales (marxismo, capitalismo, hedonismo) que marcan a quienes les afean sus comportamientos indignos e inaceptables. Por alguna razón de las que apunto, la institución más perseguida hoy es la Iglesia católica. Nos quieren reducir a la espiritualidad intangible, que tan de moda está en la burguesía espiritual de occidente. Tontos seríamos si, después de un Sínodo, no cayésemos en la cuenta de que el resurgir eclesial que está dándose desde la emotividad espiritual puede ser un fantasma, una tentación consentida por quienes quieren reducirnos a una Iglesia anímica que nada tenga que ver con el compromiso histórico que tanto incomoda. ¡Ojo a los movimientos espirituales!¡ojo a los que se quedan en el compromiso histórico! A unos y a otros: Sarx y Pneuma. Pero complacencia, ninguna.

Jesús es Cuerpo, la Iglesia es Historia. Ni más que nadie ni menos que cualquiera. Caminamos en compromiso político (polis) a la recapitulación de todo en Jesus-Xristo (Civitas Dei). Ha resucitado trasformado, sin borrar las llagas impresas de la historia.

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