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Entrando en agujas
Juan es un trabajador nato. Lo es desde que era casi un niño. Lleva más de cuarenta años detrás de un mostrador atendiendo a sus clientes y eso imprime carácter. ¡Vaya si lo hace! El carácter de Juan; suyo, personal e intransferible. De las cosas más señaladas de Juan, sin duda, es una existencia dando la cara todos los días. Pero Juan es muchísimo más. Es amigo de sus amigos; muy amigo. Posee un corazón inmenso; sabe estar y eso es difícíl detrás de una barra, con cientos de parroquianos a los que atender impenitentemente.
Sí, Juan sabe estar cuando el cliente es correcto y amable, aunque se le revuelva el colmillo con una ‘pizquita’ de guasa cuando los malos modos imperan y los ‘jartibles’ exigentes sólo quieren lo suyo. Para eso y para esos, Juan es Juan. Juan es cariñoso, aunque algunos no se lo crean, con casi todos, sobre todo con los niños que saben darle las vueltas y sacarle un eurito para chuches en el kiosco de Enrique. Juan tiene una simpatía escondida que, en las distancias cortas, con su gente, con muy poca gente, surge exuberante y hasta genial. Tiene golpes de vieja reciedumbre; es seco pero nunca aburrido.
Juan tiene un corazón de oro. Es muy bueno para los demás y muy malo para él. Trabajador hasta la extenuación; su horario no ha tenido horas; ha tenido todo el tiempo del mundo. Hasta arrastrándose y con la cabeza abierta ha estado al pie del cañón. Juan es alma de la calle Consistorio. Siempre el primero en llegar y el último en irse. Juan es esquivo con los impetuosos; altivo con los poco pacientes, gruñón por lo bajini; pero buena gente; muy buena gente. Por eso, Juan tiene legión de fieles que acuden diariamente a ese foro de locuras impagadas que, mañana y noche, acoge a los más recalcitrantes; casi siempre los mismos, que son multitud. Juan es miembro de honor, ilustre fundador, de un grupo de exagerados actuantes sin remedio, con filosofía propia de la que Juan es su más jugoso activo. Con Juan nunca hay medias tintas. Él lo da todo porque él es todo.
Es Juan Barragán. Felicidades, Juan. Te toca vivir.
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