Felipe Ortuno M.

Silencio para veranear

Desde la espadaña

03 de julio 2024 - 03:06

¡cuán gritan esos malvados! Gruñía a su vez Don Juan Tenorio en la Hostería del Laurel, en pleno corazón del barrio de Santa Cruz. El vocerío que montamos tres españoles juntos es mayor que el del Colosseum romano en plena efervescencia gladiadora. Sin embargo, no es exclusivo del íbero, puesto que, desde la caverna platónica, las sombras ya berreaban desde su proyección sobre la pared. Tuvieron que venir los padres del desierto a poner menos ruido a la humanidad. Incluso los había que, subidos en una columna, estilitas, se ausentaban del pleno sonido, abstenían el habla y se comunicaban con el silencio y la pausa, que tanta importancia tienen en la melodía musical. Había quien se arribaba a escucharlos para aprender de ellos la sinfonía mística de su profunda comunicación silenciosa.

Inaudito, pero cierto. Los mejores caldos, por ejemplo, se transverberan en el silencio sonoro, en la clausura de una bota. Ahí florecen, bajo el sigiloso hongo que los intensifica; como los frutos del alma, que maduran en el silencio. Es difícil mejorar el silencio, cuando éste es preciso y permite zambullirse en él, como lo hace el cuerpo en el estanque de las saludables aguas de Betesda ¡Cuánta historia contenida en el silencio! Quizás porque sea ahí donde se halla la voz, en el vacío resonante, en el susurro callado donde se intuye algo de lo inefable que nos rodea.

Escuchar el silencio de las calles vacías (como pudimos experimentar en la pandemia) es más sobrecogedor que las manifestaciones histéricas de las ideologías al uso. Una marcha muda sobrecogería más que los aullidos del despelote o el enfrentamiento de una intifada. Un grito de silencio sobre las guerras se oiría más que las bombas caídas, ayudaría, tal vez, a la paz deseada. Sólo la palabra silencio tiene en sí tanta fuerza que, si se utilizase con desprecio, llevaría más violencia que cualquiera otra arma, más que un polvorín de maledicencias juntas; en caso inverso, con sólo el silencio se podrían derrotar las insidias que provocan guerras.

Ahora, sin ponernos trágicos, vayamos a lo práctico: cuando lleguen las vacaciones de verano, trata de salir del ruido y busca el silencio de los bosques, del claustro o de la noche. Consigue sosiego y tranquilidad, busca la calma que necesita el ánimo y el reposo para el cuerpo. Cae en la cuenta del abotargamiento mental al que nos somete la vida con tanto ruido de información falsa y babeles de confusión. Stop. Para. Oye el toque de retreta y apacíguate en el silencio musical de la partitura. Deja las cruzadas estruendosas y prepárate para oír el rumor de ángeles que anida en ti.

Es buen tiempo éste para mecerse en la ensoñación, para pensar despacio, respirar hondo, contemplar el maravilloso paisaje que llevamos dentro… shshsh… silencio, escucha el almohadillado discurrir de un gato, su acompasado modo de actuar, como si nada más importase, hasta que oigas tu mutismo. Tranquilo, calma, reposa. Olvida los ruidos y ocúltate con sigiloso secreto en tu misterio interior. Silénciate, inspira-expira, despacio, sin otro pensamiento que el aire que contienes y déjate llevar por la caricia del sentido.

Así hablan los orientales, y llevan razón cuando se unen de esa manera, tan maravillosa, a la naturaleza, fusionándose en ella. En ella somos, vivimos y existimos. Silencio lleva nombre de paz, quizá sea el nombre revelado de la trascendencia que habla a través de él, el de la experiencia que no se puede comunicar, el del tesoro que no se puede heredar.

Ciertamente el silencio es el nombre inaudible, divino, que no podían pronunciar los hebreos. Ausencia de sonido. De otro modo el ruido desarmonizaría el espacio; como lo hace la vida frenética que llevamos, que nos deja en la linde de nuestro interior. Una montaña, un arroyo, un pájaro nos reconcilia con la paz íntima. No se precisa más ¿Acaso no lo usan los grandes maestros de la espiritualidad? Hace falta volver a conectar con el yo torcido, con el tú ausente, con la verdad desposeída ¡Qué herramienta tan extraordinaria para la búsqueda del camino extraviado!

Coinciden los budistas y cristianos en este uso que se hace del silencio, de cómo se llega a través de él a la armonía interior, a la conciencia oculta y a la contemplación de la luz. Allá cada uno cómo lo use. Hay multitud de formas y maneras: la meditación, el mindfulness, el yoga…Lo que quieras, con tal que se llegue al descubrimiento del yo perdido.

Piensa que el silencio es el gran arte de la conversación, y no hay mayor poder sobre este mundo, después de la palabra, que él; y si, además, es el amigo que nunca traiciona, miel sobre hojuelas. El veraneo nos puede enseñar a callar tanto como a disfrutar, a deleitarnos con el sonido de la noche, en la delicada contemplación del paisaje o en la difícil tarea de desviar los problemas que nos anegan. Pitágoras decía que el silencio es la primera piedra del templo de la sabiduría. No está mal comenzar una construcción así, piedra a piedra, hasta llegar a la cumbre de la contemplación, a la séptima morada, que decía con mucho recato Teresa de Ávila ¡Qué buena decoración tendría nuestro castillo si durante este tiempo de asueto lo dedicáramos a la decoración de los jardines que hay en nuestra vida interior! Ya no sabría decir más, sino que cultiváramos la maravillosa flor del silencio reconfortante. Porque hay veces que las palabras sólo piden silencios.

stats