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Este que esto les escribe nació en una estación de tren. Mi padre, ferroviario; mi abuelo, ferroviario; en mi familia son muchos los ferroviarios que han existido y que se han sentido orgullosos de serlo. Eran los ‘empleados’ como antes se les decían; personas curtidas en infinidad de historias, siempre defendiendo y dándolo todo por el noble oficio. Todavía tengo, entre mi gente, a ferroviarios enamorados de su profesión. Este que esto les escribe ama profundamente todo lo relacionado con el tren; se vuelve loco por las obras de arte que tiene al ferrocarril como motivo estético. Hoy asiste descorazonado a la visión de cómo los políticos y sus decisiones populacheras han convertido la realidad ferroviaria en un caos desesperante que hace hasta que uno sufra inmensamente por como se encuentra el ferrocarril en España. Ahora es difícil -muy difícil- obtener un billete; la taquillas sólo funcionan para decirte que ese tren que buscas o esa combinación necesaria para cualquier traslado, es imposible. El tren está completo – dicen sin parar -. No es que el personal se haya decidido a dejar su vehículo particular en su cochera y se decante por el transporte ferroviario; ni mucho menos. Es que la gente, con la gratuidad en el transporte público, hace un mal uso de lo que tan ‘generosamente’ se han encontrado. Reservas acumuladas sin ser satisfechas; plazas que, después, no se usan, con el consiguiente perjuicio para el usuario que, de verdad, necesita un billete. Trenes completos con asientos vacíos que no pueden usarse. Caos total por culpa de medidas poco lógicas y del comportamiento anticívico de la gente. Frustración, en definitiva, ante el noble oficio ferroviario. ¡Si mi abuelo levantara la cabeza!
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