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El Gobierno, que clama a cada instante contra los peligros de la derecha y la ultraderecha, se ha mostrado poco afectado por el gran fraude electoral perpetrado por los sátrapas venezolanos. Una tímida solicitud de las actas ha sido todo. Para disimular. Ni los arrestos y asesinatos, las desapariciones, las deportaciones o el exilio forzoso les parece suficiente.
El mal de nuestra democracia no tiene un origen claro, pero sí que tiene un hito perfectamente descriptible: el expresidente Zapatero. Vaya personaje. Introdujo el virus de la polarización, la España de los rojos y azules, otra vez la derecha y la izquierda irreconciliables, de nuevo el estereotipo de las dos Españas -que tras una dictadura superada sin violencia- empezaba a olvidarse en aquello que se dio por llamar la Transición, un tiempo en la que unos y otros estaban dispuestos a entenderse. Nada de eso queda hoy.
Zapatero, el mayor valedor ante Europa y el mundo de la dictadura venezolana, lleva unos días desaparecido. Él es el mejor ejemplo de esa izquierda que gobierna, la que se vanagloria de demócrata pero demuestra unas carencias terribles, la que habla de libertad pero la desprecia con denuedo, la que se cree moralmente superior porque está del lado de los más vulnerables, pero es una máquina de generar pobreza, la que lucha contra el gran capital y los ricos pero tienen gruesos patrimonios y orondas cuentas corrientes.
Todo eso es Venezuela, es el grupo de Puebla, es Zapatero, son la mitad de los gobiernos populistas latinoamericanos y una parte de nuestros políticos, que aplauden a los suyos aun cuando estos delincan al por mayor, los mismos que utilizan los resortes del poder en beneficio propio. Venezuela antes o después encontrará su camino, pero entretanto, mucha gente de bien pagará con su sangre, su patrimonio y su dignidad.
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