Opinión
Carlos Navarro Antolín
El Rey brilla al defender lo obvio
Este fin de semana se iniciaron las primeras visitas a la Cartuja. De manera progresiva y con prudencia- los accesos y el aparcamiento lo ponen muy difícil- esta maravilla será de disfrute general. La Cartuja ya sin vida monástica sigue siendo un lugar de elevación del espíritu, de silencio, oración y quietud, más necesaria que nunca en este mundo de prisas y ansiedades. La Cartuja es una medicina para la vista y para el alma. Por eso, la Diócesis se empeña en dar a conocer no sólo el estupendo conjunto monumental, sino lo que allí ha acontecido, el relato de un tiempo y una época que sigue vigente, el mundo gira mientras la Cruz permanece. Entrar como visitante y salir como peregrino. Fe y cultura, esa es la intención y pretensión diocesana. A la Cartuja se le ven las costuras del paso del tiempo, del nuevo entorno cambiante que afecta a los terrenos donde se aposentan sus centenarias piedras: la portada única de Andrés de Ribera, el Capítulo de Padres, la Espadaña y el Refectorio son las que necesitan una atención más urgente. Sobre este monumento-quizá el más importante de la Provincia- no existe aún el debido cariño y atención de las administraciones, la conciencia de que es tarea de todos su conservación. El Obispado tiene la encomienda de la conservación ordinaria que cumple con denuedo y no pocos esfuerzos, pero la tarea tan costosa de su rehabilitación- en algunos capítulos de máxima urgencia- debería concernir a todos, desde el propietario, el Estado, al resto de administraciones, instituciones privadas, empresas, mecenas particulares y ciudadanos amantes de la cultura. La mejor manera de crear esa conciencia de esfuerzo y responsabilidad común es que vayan a visitarla, no se la pierdan. Si hay un sitio donde vivir la experiencia definitiva del Encuentro es en el silencio de la Cartuja de Jerez.
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