
El Poliedro
Tacho Rufino
Gente privada de internet
Entrando en agujas
Ya estamos en los últimos momentos de esas vísperas gozosas que, para muchos, supone la Cuaresma. Dentro de poco, la ciudad se envolverá en los efluvios de una primavera que, incluso con los diluvios en los que estamos, es primavera y volveremos a sentir los ecos de esa tradición que nos sitúa en los estamentos entrañables de los recuerdos y de un tiempo que fue excelso, manteniendo las imágenes imperecederas de un ayer que queremos que sea hoy y que se mantenga para bien de un mañana eterno. Como decía Machado: ‘Hoy es siempre todavía, toda la vida es ahora’.
Estamos en el anticipo de la que es la gran Fiesta del pueblo. Por eso necesitamos que sea grande y mantenga los rigores de aquello que hace surgir de los recovecos del alma lo más íntimo de cada cual para que se siga manteniendo una verdad que hace vibrar los sentimientos y pone imágenes a un recuerdo que perdura. Pero, esto que es así y no tiene vuelta de hoja, incluso para los que menos sienten y para los que - dicen - poco supone el acontecimiento religioso, lleva consigo, también, asuntos poco edificantes y que rompen lo que tenía que ser mucho más de lo que, en realidad, es. En las Hermandades, tras los espectaculares ejercicios estéticos que se ofrecen en las calles - lo de culto público es otra historia - ocurren sombrías manifestaciones que, muchas veces, hacen sonrojar y sólo dejan entrever la pobreza de muchos.
No quiero, sin embargo, entrar en esquivas consideraciones. Lo he hecho en otras ocasiones y para nada ha servido. Es cierto, que en la mayoría de los casos, la Hermandades y Cofradías hacen presente verdaderas lecciones de suprema trascendencia. No obstante, hay manifestaciones que hacen sonrojar y que dejan muy en entredicho la capacidad estética de algunos. Asómense a los escaparates y vean la cantidad de horrorosos carteles que ¿anuncian? nuestra Gran Fiesta religiosa. El mal gusto impera, muchas fotografías, no son malas, son horribles; algunos carteles pintados descubren la pobreza artística de sus ejecutores y el paupérrimo sentido de los que admiten tales bodrios. Con tan patéticos ejercicios, flaco favor se le hace a esa manifestación que creemos merecedora de infinitamente más. Y esto no sólo pasa aquí. También a algo menos de cien kilómetros; allí donde muchos creen que está el espejo donde mirar también existen circunstancias para huir.
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