Felipe Ortuno M.

Vuelta a la normalidad

Desde la espadaña

04 de septiembre 2024 - 03:03

Las vacaciones de verano son una pandemia que, tarde o temprano, obliga a volver a la normalidad. Decía Morticia (ese entrañable personaje de la familia Adams): ‘Lo normal es una ilusión. Lo que es normal para una araña es el caos para una mosca’. La RAE, siempre tan escueta y regulada, dice de toda cosa que se halla en su estado natural, habitual u ordinario y que, por su naturaleza o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano. Al parecer se trata de volver a lo habitual y acostumbrado como si esto fuera lo más razonable y lógico. Se trata, por tanto, de ajustarse a la pauta, a las expectativas comunes y a todo aquello que no es extraordinario en ninguna medida y que inmoviliza en el ‘ni fú ni fá’ del común de peatones ¡Deprimente!

Volvemos a la rectitud, a ese promedio de mediocridad que se espera de cada uno de nosotros para no romper el acontecer de la vida impuesta. Amén de los amenes, que decía Juncal, y a tragar sapos. No me extraña nada que el gobierno quiera volver a la normalidad después de la fiesta. Ya lo cantaba Serrat: ‘vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza, y el señor cura a sus misas…la zorra pobre al portal, la zorra rica al rosal, y el avaro a las divisas’.

Nos quieren rectos, no insoportablemente sensibles. Una persona cuajada realiza mucho mejor su trabajo. Somos más productivos amodorrados y mohínos. Mejor mediocres que salir del promedio estadístico y previsible. Se es normal si no estás loco, ni enfermo, ni torcido, y sobre todo si realizas tu trabajo adecuadamente, sin incordiar. De no ser así, se te aplicaría la norma de Mao o el uniforme de Kim Jong-un ¿Qué significa normal? Ser recto; no vaya a ser que la torcida manía de pensar, que ejercen algunos pertinaces ciudadanos, te saque del previsto encaste del corral. Pasa con algunos toreros que, así que les sacan de la ganadería menguada, no dan sino trincherazos y espantás. Bien es cierto que la normalidad cambia con el tiempo y la legitima quien mejor diseña los factores comunes.

Estamos, pues, en época de diseño y alta costura. La clasificación del traje, sus rasgos, su sesgo y su todo se va dilatando en los medios pertinentes y pertinaces hasta formar la opinión que se pretende y la normalidad que se desea. A partir de ahí se marca el camino y se entra o no en la categoría de la norma que se inocula. Es un pinchacito de nada, que no duele, pero que te deja suave y anestesiado para no sentir la picadura racional que vuela por tu cabeza. Cuando todas las personas de nuestro alrededor sienten el adormilamiento general, piensan de la misma manera y se comportan igual, decimos que son normales. Si son conformes con lo que acontece, y nadie saca la patita del cesto, se dice que están en la normalidad ¿Quién es a-normal? Aquel que no funciona en conformidad; y se le dice que tiene una disfuncionalidad.

Somos únicos inventando catalogaciones y clasificaciones. Es el mejor modo de quedar justificados. Si no cumples con las exigencias de la vida cotidiana que nos han inoculado, eres a-normal, o sea, loco. Etimológicamente estás en otro lugar. Cuando a los sastres de la política no les salen las medidas, en lugar de corregir el patrón, le cortan las piernas al ciudadano. Así ha ocurrido históricamente: el traje confeccionado tiene que valer para todos en virtud de una ley igualitaria que cumple con la verdadera normalidad, medida quería decir ¿Por qué? Porque es el comportamiento común, del que, además, nos encargamos de consensuar para que así sea.

Lo dicho, volvamos a la normalidad, a la coherente conducta ciudadana para que todo funcione adecuadamente y sea la perversa oposición quien cargue con los errores de la disfunción social ¿Quién si no está llamado a romper la política armoniosa y perfecta que permite el funcionamiento optimo del Estado? Mientras funcionemos sin distorsiones, el Superyó (en términos freudianos) estará tranquilo en la mata, la normalidad será la que él considere, y los anormales seremos nosotros cuando queramos hacer valer el yo (también en términos freudianos). El ello lo dejo a vuestra consideración lectora.

Pues bien, ya estamos en la normalidad, o, al menos, es lo que quieren que creamos: que todo fluya como si nada hubiera pasado, que simplemente sea aceptado por la mayoría silenciosa y sea normal lo que hasta ahora no lo era. Que los jueces no molesten la tranquilidad del Superyó, que sigamos abrazando árboles, amando a las mascotas y cuidando el medio ambiente con automóviles enchufables (¿sostenibles?). Ya han pasado las vacaciones y la psicología pide que nada debe perturbar tu paz interior ¡laissez faire laissez passer! Que siga la libre economía del estado, que nadie turbe al Gran Padre. Que nadie se moleste ni moleste, y simplemente sea todo aceptado hasta que se instaure la continua normalidad del Estado. Como dice Morticia: la normalidad es una ilusión; bien saben las moscas en qué consiste la normalidad para la araña. Bienvenidos a la normalidad olvidada y a tantas expectativas comunes que conforman nuestros días y tanta seguridad nos aporta; a no ser que alguien nos la esté cambiando. Tú decides si quieres estar loco o hacer lo que quieren los alfayates.

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