Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Paisaje urbano
H style="text-transform:uppercase">ace ahora casi cinco años, en su discurso de investidura tras su victoria rotunda de 2011, Mariano Rajoy desgranaba desde el atril una larga serie de medidas encaminadas a reducir el enorme déficit de las cuentas del Estado y reactivar la economía. Entre ellas, abogó por suprimir los puentes festivos, proponiendo adelantar (o en su caso, atrasar) los días declarados de fiesta por la norma, de tal manera que se unieran con el fin de semana, aunque el día de descanso no coincidiera propiamente con la fecha. Yo creo que lo dijo mayormente para que se enterara la Merkel, porque la realidad es que, como en otras cosas, tampoco ha cumplido con esta promesa. Hoy mismo, miércoles, estamos a la mitad de un auténtico acueducto entre dos fiestas nacionales que siguen gozando de perfecta salud: la de la Constitución y la de la Inmaculada.
¿Es lógico que un Estado tenga dos fiestas nacionales en la misma semana, pudiendo designar fechas alternativas? No parece lo más oportuno. Ni por razones económicas o productivas, ni por cuestión de imagen ante nuestros socios europeos, ni por sentido común. La fiesta nacional de la Inmaculada, de clara raíz católica, se remonta a los tiempos de los Austrias menores, y su advocación es patrona de los más diversos sitios, colectivos y asociaciones. Podría pensarse que los apóstoles de la aconfesionalidad (o más bien, de la laicidad) que nos asaltan por todas partes estuvieran deseando tacharla y dejarla como reducto para meapilas y beatas, pero la verdad no parece que estén por esa labor, calentando como están tranquilitos los mullidos asientos del Congreso. Tampoco ningún Gobierno que se sepa ha hecho mucho por suprimirla, prevaleciendo el arraigo a la política. Mejor así.
Y si la fiesta religiosa no se toca, ¿quién será el valiente que se atreva con la laica inmediatamente anterior, conmemoración suprema de nuestro Estado social y democrático de derecho? Nadie, naturalmente, y eso que aquí podríamos jugar con varias fechas para celebrar, por cuanto aunque el día 6 fue el referéndum, no se publicó hasta el día 29. Y mientras, en Bruselas y en Berlín mirando con sorna el calendario del diciembre español en rojo. Menos mal que siempre nos quedará nuestro repelente ministro de Hacienda, esa maldición bíblica, bien dispuesto a subir por aquí y por allá los impuestos para cuadrar con Europa las renqueantes cuentas del Estado.
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