Manuel A. González Fustegueras

El adoquinado: un pedazo de la historia urbana de Jerez

Tribuna libre

10 de junio 2020 - 21:00

LA ciudad es causa y hallazgo del ser humano, de lo que somos como personas, y en gran medida como sociedad. No existe producto más complejo de la especie humana que sus ciudades. Entre sus características esenciales destaca, sobre todo, el reconocimiento del espacio público. Y dentro del concepto de espacio público juega un papel vital el tratamiento del suelo, elemento sustancial y definitorio de la configuración de los paisajes urbanos y, por tanto, parte del valor patrimonial de la ciudad.

En los debates sobre los centros históricos son cada vez más compartidas las posiciones que defienden que las soluciones en el tratamiento de los pavimentos urbanos reflejan, en cada momento en la historia de la ciudad, un equilibrio entre las capacidades técnicas, la sensibilidad social, el interés político y las disponibilidades económicas. Es por ello que no deja de ser irritante que en una situación como la que vivimos en el presente, caracterizada por un discurso sobre pacificación del tráfico en la ciudad, de cambio de modelo de movilidad, de reciclaje y reutilización, de sostenibilidad, de nuevas tecnologías, de protección del patrimonio cultural, etc., se actúe en las calles históricas de nuestra ciudad siguiendo falsos modelos de modernidad, a imitación de las chapuzas consumadas en Jerez en los años 70 del siglo pasado, cuando la “marea negra” se comió al adoquín de granito de nuestras calles, contraviniendo todos los principios que, según nos dicen sus responsables, pretenden defender.

De aquí se nutre mi posición en defensa del adoquinado histórico de la ciudad. Un adoquinado producto, como ya comentamos en su día, de las reformas y cambios del paisaje urbano que propiciaba la nueva sociedad urbana del negocio del vino. Todavía puedo recordar a aquellos expertos capataces de cuadrillas de adoquinadores del barrio de Santiago que contaban cómo sus antepasados les habían enseñado las técnicas de nivelación para asegurar una colocación uniforme de los enormes paralelepípedos de granito tallados a mano por los canteros.

Una posición de defensa, pero con valores presentes, ya que pienso que, con las necesarias incorporaciones de las nuevas posibilidades técnicas, continúa siendo la solución más indicada, a la vez que económica y ambientalmente respetuosa para, por lo menos, aquellas calles de la ciudad que todavía, afortunadamente, cuentan con él. Pero además, nuestro adoquín de granito es un material sustentable porque permite su reutilización; posibilita colocarlos nuevamente en forma simple y económica cuando se requiera reparar cualquier conexión subterránea y/o corregir desnivelaciones sin provocar parches en el pavimento; posibilita la habilitación al tránsito inmediatamente después de su colocación; admite la absorción de agua de lluvia, evitando la impermeabilización del suelo; está comprobada su durabilidad, buena adherencia, elevada resistencia al desgaste y excelentes cualidades reflectantes de la luz; soporta cargas muy altas y limita la velocidad de circulación. Por último, tiene una vida útil superior a otras alternativas de pavimento urbano (80 años, frente a los 30/40 años del hormigón, y los 7/10 años del asfalto).

No puede ser que solo criterios de oportunidad o económicos (en el corto plazo) sean los que imperen en el tratamiento del espacio público de la ciudad, porque entonces está claro que el perdedor de tamaño dislate es la memoria del espacio público, lo que atañe a la imagen de la ciudad y a su significado y espíritu.

Una ciudad que se pretende sensible al medio ambiente y a la gestión sostenible de los recursos debería interesarse por encontrar el necesario equilibrio entre el mantenimiento de sus pavimentos históricos con los nuevos modos de movilidad y con su patrimonio. Y más si quiere aspirar a ser ‘Ciudad Europea de la Cultura’.

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