El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
En tránsito
Estamos en abril, pero el calor es como el de junio o julio y tenemos una sequía preocupante. Los aires acondicionados funcionan a toda pastilla, y por la noche se oyen los rugidos de los compresores que se ponen en marcha con el termostato. Por aquí cerca hay un compresor que suena como los berridos de un elefante malhumorado. Un poco más allá hay otro compresor que parece un tren desbocado que se ha salido de las vías. Y estamos en abril. No sé cómo pagaremos las facturas de la electricidad ni de dónde saldrá el suministro si las cosas siguen así, pero habrá que hacerse a la idea. La cosa pinta fea. Muy fea.
Supongo que un problema así, que nos afecta a todos y que va a tener consecuencias irreparables -ya las está teniendo-, debería crear un consenso mínimo entre todos los partidos. En un asunto tan grave, lo normal debería ser una actuación que no estuviera sometida a nuestra habitual guerra de trincheras (con el uso indiscriminado de gases tóxicos y lanzallamas y propaganda vomitiva). Pero nada de esto será posible. Todo lo que ocurra se aprovechará para atacar al adversario y para arrancar una miserable porción de votos. Nadie pensará a largo plazo. Nadie intentará tomar decisiones que puedan remediar las cosas con un mínimo de eficacia. No, para nada. Todo será lo mismo de siempre: batallitas, gritos, histeria y propaganda. Mucha propaganda. Es decir, mentiras, muchas mentiras.
Hace años, en la época de Zapatero, se habló de construir plantas potabilizadoras de agua, pero de aquellas plantas nunca más se supo. Un poco antes, en la época de Aznar, se habló de un plan hidrológico que llevara el agua de norte a sur para intentar paliar la sequía y ayudar a los regantes. De aquel plan, por supuesto, nunca más se supo. Eso significa que llevamos más de veinte años, como mínimo, sin hacer realmente nada. La Unión Europea tiene un ambicioso plan de descarbonización de la economía, pero ese plan, si funciona -cosa mucho más que dudosa-, sólo tendría efectos dentro de treinta o cuarenta años, siendo optimistas. Y además, ponerlo en marcha va a salir muy caro en términos de desempleo y de inversión industrial. Colocar placas solares -que son muy caras de fabricar y también contaminan- no nos va a solventar la papeleta.
¿Y entonces qué? Cualquiera sabe. De momento, la ciudad en la que vivo duerme heroicamente la siesta.
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