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David Fernández
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"Ajá & Ojú"
Parece que los políticos sólo preguntan si hay que tomar decisiones polémicas o dañinas. Lo hacen para tener la coartada de decir que lo ha escogido la ciudadanía, que por ellos no. Lástima que no nos pregunten si hay que mantener limpias las calles u otras obviedades cuya unánime respuesta les importa poco. El caso es que en una reunión de cuatro gatos han decidido en Jerez echar una torta de alquitrán sobre el adoquinado de varias calles del centro que, simplemente, es más rápido. También renovarán el mobiliario urbano, que miedo me da.
Lo de asfaltar sobre los adoquines tiene sus antecedentes penales en la plaza de Las Angustias. Las plazas de Jerez han perdido, una tras otra, su trazado y su belleza, incluso su vida, sin que nadie diga nada. La plaza Plateros perdió su fuente y sus árboles, la Asunción sus proporciones y su altura restándole prestancia a los edificios históricos que la rodean; la plaza del Arenal, el mayor de los atentados se ha vuelto gris, fea y destartalada y mira que era difícil. Todo a mayor gloria de los bares. No hablaré del horror de la plaza de la estación de trenes y su indignidad mantenida.
Pero, quién es capaz de quejarse por tapar un adoquinado tan mal puesto si hemos visto desaparecer el paisaje bodeguero, si el palacio de Riquelme apenas es ya sólo recuerdo de una fachada, si Espíritu Santo y San Blas han sido medio desvalijados, si calles emblemáticas de Santiago han sido invadidas por gentuza, si hay zonas deshabitadas por las que da miedo pasar. Si Villapanés sigue medio caído y su fachada tapada con unos olivos cuyo sentido ignoro.
Ojalá el problema fuera asfaltar el adoquinado. El centro histórico no puede ser una sucesión de bares mediocres, aunque con honrosísimas excepciones. El comercio se desangra y mientras el centro no se habite no habrá solución. Vivir en el centro debería tener todo tipo de incentivos (no deberían pagar impuestos durante un tiempo, ni pagar por aparcar ni para obtener licencias de obras y además deberían tener preferencia en su concesión, etc.). Vivir en el centro debería ser un timbre de gloria y conferir el mayor de los prestigios porque nos conservan la ciudad y le dan el pálpito necesario para que no sea un mero decorado. No sólo de bares y terrazas vive la ciudad. No pregunten obviedades, es al valiente que vive en el centro al que hay que mimar, al único que da carácter e identidad a nuestra propia historia.
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