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CUANDO un defensor de los animales se alegra de la muerte de un ser humano demuestra una de estas dos alteraciones de la psique: o está enfermo o es un necio. Quizás ambas. Considerar al animal como un igual es un síntoma de enfermedad mental. Hace años una defensora de los animales de Jerez con seso dentro del cráneo me reconocía que “en muchas ocasiones los dueños son los peores enemigos de sus mascotas”. Lo justificaba al recordar que en ella misma, amante de los animales donde los hubiera, recomendaba el sacrificio de una mascota a sus amigos ya que eran incapaces de ver el sufrimiento diario por el que atravesaba el desgraciado y agónico animal. Hace años, en el estreno de ‘El coloso en llamas’, un señor se indignó con el comportamiento de una mujer. Se mantuvo impertérrita mientras decenas de personas se tiraban por las ventanas, algunas de ellas en llamas. Cuando vio la escena en que un perrito se quedaba encerrado en una habitación humeante comenzó a sollozar. “¡Manda cojones!”, dijo. Pues sí... y aún los manda.
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