Notas al margen
David Fernández
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Monticello
La quiebra de Ciudadanos, como antes la de UPyD, nos confirma que en España el regeneracionismo político que surge del antinacionalismo termina diluyéndose. La idea consolatoria a posteriori es que España no está preparada para un partido que supere la tradicional pugna de la izquierda y la derecha, para un partido verdaderamente liberal y no identitario, lo que sea que esto último signifique. No obstante, es probable que la razón de este colapso no resida solo aquí, sino también en que su antinacionalismo originario nunca estuvo acompañado de un proyecto electoralmente viable de país, más allá de los fastos del libres e iguales. Y es que lo que quisieron llamar "constitucionalismo" era un proyecto que olvidaba la propia letra de la Constitución. Es decir, que pasaba por alto que es la misma Carta Magna, guste o no, la que apela a derechos históricos y hechos diferenciales, la que distingue nacionalidades y regiones, y reconoce los plebiscitos territoriales republicanos. Esas coordenadas no pueden despreciarse en la política española.
Los restos de este esfuerzo regenerador han tenido varios acreedores, que van desde el partido reaccionario español al socialista, pero es el principal partido conservador quien se beneficia de este fracaso. La cuestión es que el Partido Popular no puede ser un mero partido antinacionalista, sino que tiene que proponer un proyecto de país que compita y sea secundado electoralmente precisamente allí donde los partidos nacionalistas son hegemónicos. El fundador de este partido no desconocía esto y la señera gallega ondeó solitaria en su despacho cuando presidió Galicia. En Navarra, UPN y el PP han suscrito la causa foral, siendo la opción conservadora hegemónica. El Popular ha sido también el partido alfa entre la burguesía catalanoparlante de la Comunidad Valenciana y Baleares. Como lo fue en Álava, con el sustrato del foralismo de Unión Alavesa. Desde el mero antinacionalismo se puede en un determinado momento y lugar canalizar el descontento frente a la retórica de la identidad o el discurso soberanista, pero no equilibrar la correlación de fuerzas, debilitando electoralmente a las fuerzas nacionalistas. La insignificancia en Cataluña y en País Vasco es algo que el partido conservador no puede permitirse. No desde el antinacionalismo, sino desde el tradicionalismo y desde la propia Constitución ha de elaborar un discurso político que compita en las nacionalidades históricas. Con ello no se fortalecerá a sí mismo tanto como a la Nación española.
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