La ciudad y los días
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Su propio afán
En la adolescencia me impresionó mucho El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, y ahora más. A Dorian Gray, bellísimo, aristocrático e indeciso joven, le pintan un retrato extraordinario. Por la poderosa mezcla de la pasión del pintor y del deseo del retratado, las huellas de la edad y del comportamiento del muchacho se reflejarán en el rostro de la pintura y no en el suyo, que permanecerá siempre prístino.
Siendo un clásico, no lo destripo si revelo que Dorian se desliza por la escala del mal. El chico del cuadro se va convirtiendo en un monstruo que él esconde y contempla en soledad con fascinación y asco. El genio de Wilde saca oro narrativo de una obviedad común: con la edad somos responsables del rostro que tenemos, que es el espejo del alma. Al mismo Pedro Sánchez, tan guapo autoconsciente, los fotógrafos le captan miradas y perfiles cada vez más explícitos de su tormenta interior.
Estos días de todos los santos, he pensado que sería muy divertida una versión bondadosa. Empezaría igual: el pintor Basil Hallward pinta el mágico retrato de su joven amigo Gray; pero Dorian, en vez de oír a su demonio bajo, lord Henry Wottom, atiende a su ángel artístico, Hallward, y decide llevar una vida recta, amable y entregada. Todos los nuevos efectos se trasladarían también al retrato. Mientras Gray seguiría manteniendo su imagen de espléndido chico atolondrado y, en apariencia, egoísta; el cuadro iría ganando en profundidad y nobleza, y en una belleza más auténtica.
No ignoro que la bondad es menos novelesca que la maldad, del mismo modo que la normalidad es menos filmable que la extravagancia. Lo explicó de una vez para siempre Simone Weil: “El mal imaginario es romántico, lleno de variedad; el mal real es triste, monótono, desértico, aburrido. El bien imaginario es monótono, el bien real es siempre nuevo, maravilloso, embriagador. Por eso, la literatura es o aburrida o inmoral (o una mezcla de las dos). Escapar de esta alternativa pasando de algún modo, a fuerza de arte, del lado de la realidad, es algo que sólo el genio puede conseguir”.
Mientras llega ese genio, no perdamos tiempo en las lamentaciones literarias. La intención de Wilde es que el retrato sea un correlato objetivo del espejo donde nos vemos –luces y sombras– todos los días y que lo es –triple correlato– de la conciencia. Todos podemos mirar a los ojos nuestro cuadro de Dorian Gray. Todos nos autorretratamos.
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Gracias, Errejón