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Otegi ha dicho que el recién fallecido Xabier Arzalluz era "uno de los nuestros", lo cual no añade mucha información a lo que ya sabíamos. Los nacionalistas vascos, pese a su posterior división en tribus, siempre se han sentido arraigados al tronco común de la casa de Sabino, bien sea en la versión posterrorista de Bildu, bien en la nacional-tecnócrata de Urkullu. Arzalluz es uno de los suyos, como también lo fueron Domingo Troitiño y Josefa Ernaga, autores de la masacre de Hipercor (ejerzan la memoria histórica: 21 muertos, cuatro de ellos niños). No hay duda: cuando alguien apela a "los nuestros" siempre lo hace con fines criminales. Recuerden la frase de Roosevelt para definir a Tacho Somoza: "Nuestro hijo de puta" (luego sería copiada por Kissinger para definir al segundo de la dinastía nica). Aviven el seso y recuerden también el título que se eligió en España para Goodfellas, la película de Scorsese ambientada en el mundo de los gánsters: Uno de los nuestros.
Xabier Arzalluz pertenece a la memoria más amarga de la España actual. Para los que crecimos con su verbo iracundo y serpenteante, con su frialdad heladora ante el sufrimiento de las víctimas del terrorismo, la noticia de su muerte sólo puede ser recibida con esas rosas blancas de la indiferencia que Haro Tecglen puso en la tumba de Herrero. Arzalluz fue un hombre que mudó la misión universal de San Ignacio por el misticismo palurdo del terruño y las bostas de vaca. Eso lo define mejor que nada. Si, como dijo Unamuno, la Compañía de Jesús fue una de las grandes aportaciones de los vascos a la historia de la humanidad, el nacionalismo cainita de caserío y queso es su mayor fracaso y espanto.
La madurez, cuando se ronda el medio siglo, tiene cosas buenas. Por ejemplo, comprender que la gente que verdaderamente merece la pena no pertenece a ninguna bandería. Pueden (y deben) tener sus ideas políticas, sus creencias religiosas, sus militancias estéticas, pero de ellos nadie puede decir nunca que es "uno de los nuestros". Quizás, sin quererlo, Otegi ha desenmascarado con su frase la verdadera esencia de un PNV (por lo menos del que fraguó pacientemente el líder amortajado) que siempre vio a los asesinos de ETA como a hermanos con corazón noble y cabeza de chorlito.
Ha muerto Xabier Arzalluz, "uno de los nuestros", el epitafio de sangre que nunca podrá figurar en la tumba de una persona de bien.
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